LOS AMIGOS Y ENEMIGOS DE LA TAUROMAQUIA
POR CESAR.J CALERO CORONADO
La fiesta de los toros no
entiende de punto medio, sobre todo si nos referimos a opiniones sobre ella.
Los enemigos de la fiesta han
aparecido con las nuevas corrientes ecologistas de los últimos años. Nada más
lejos de eso, ya que los anti taurinos existen desde hace siglos.
Se suben al carro del antitaurinísimo por ser
algo “progre”. Por el contrario los buenos aficionados de la fiesta la han
defendido como parte de ellos, símbolo y
una tradición.
Los primeros antitaurinísimo
aparecen en el S. XV, a través de la clase eclesiástica, con el cardenal Juan
de Torquemada, que estaba en contra de correr toros, por ser una forma absurda
de arriesgar la vida con el fin de divertirse, lo veían como algo cercano al
suicidio, ir en contra de las leyes de
Dios.
Este pensamiento se extendió por todas las
clases eclesiásticas, utilizando los sermones de las misas para expresar sus
ideas. Al ver que con la palabra no conseguían nada, el papa San Pío V en
(1567) en el que prohibía la costumbre de correr toros con la amenaza de
excomulgar a todo aquel que la practicase o viese.
Felipe II, aun sin ser aficionado, consiguió a
través del duque de la Sesa mitigar y retener las bulas papales, a fin de que
se pudiesen celebrar corridas sin miedo a ser excomulgados, pues sabía que los
toros para su nación era la mayor atracción de las fiestas patronales y la
mejor manera de tener al pueblo a su favor.
En 1572 al morir Pio V le sucede Gregorio XIII modera el rigor de la
bula y excluye el castigo. Al entrar Sixto V (1583) vuelve otra vez el castigo
con todo su vigor, nuevamente fueron paliadas por Clemente VIII (1596).
Al final tras muchos años de aprobaciones y
prohibiciones, debió de imperar una opinión favorable hacia la fiesta, pues se
exponía a excomulgar a una nación entera.
A comienzo del S.XIX tras la
retirada de todos los grandes maestros de finales del SXVIII y tras las
espeluznante muerte del afamado diestro Pepe-Hillo 1802, esta decayó en
interés, momento que aprovecharon los políticos ilustrados de la época para
acabar con ella, aconsejándole a Carlos IV su abolición, para dar una buena imagen,
a la nueva Europa que nacía.
Prohibieron finalmente la fiesta
con la pragmática dictada el 10 de febrero de 1805.
Tras la invasión Francesa de 1808 fueron
restablecidas por José Bonaparte (José I) como acto de buena fe, para ganarse
el favor de los españoles. Ya en 1814 fuera los franceses y declarado rey
Fernando VII, le dio a las corridas el impulso que necesitaban, pues era gran aficionado, ganadero de reses bravas,
asiduo espectador a la plaza de la puerta de Alcalá y benefactor de la escuela
taurina de Sevilla. Al no encontrar ningún enemigo, las corridas de toros ganaron en aficionados
al espectáculo, evolucionando, pasando de ser un simple juego con el toro a un
arte.
En los años 70 coincide la caída
del régimen franquista y el fin de una gran generación de toreros, los toros
sufren un bajonazo de popularidad, muy
equivocadamente asocian la tauromaquia a las ideas de derechas, arma que
utilizan para cargar con fuerza.
En los últimos años, leyes sanitarios (vacas locas, lengua azul), ponen zancadillas o trabas burocráticas a los
festejos, por suerte estamos atravesando una época muy buena de toreros, toros
y aficionados que impida que decaiga el espectáculo.
En resumen, taurinos y antitaurinos
fueron, van e irán de la mano siempre, quien mejor use sus armas se saldrá con
la suya, lo mejor que debían hacer ambos grupos es tolerarse y respetarse.
César José. Calero Coronado
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