cuando el miedo ataca
Ester, recobro la conciencia, al sentir unas manos áspera dando le cachetitos en la cara, con los ojos entornados en la tiniebla vio unas siluetas tétricas, pensó que eran las animas del purgatorio que venían a por ella, estaba débil pero logro incorporarse y quitarse de encima las personas que la rodeaban, puesta en pie, dio un respingo, al darse de cara con el cochero esquelético, que al ser iluminado por la luz amarillenta de los faroles del cementerio, su apariencia era la de un aparecido.
El conductor, le dijo que los presentes eran su familia, que a su llamada de socorro se habían prestado a lo que hiciera falta y sin más explicación, viendo el hombre que nada se podía hacer por la rueda del carromato, con la oscuridad y la niebla era cada vez más espesa, lo mejor era dejarlo allí hasta que viniera el día y ver que se hacía.
Desengancharon al burrito, coloco sobre su lomo el equipaje, como se pudo, pues el baúl era tan pesado que durante el trayecto fue más arrastra por el débil asno.
Ester, detrás del cortejo brincaba más que andaba, por los constantes hoyos y desniveles del terreno que oscuras no lograba distinguir, ni donde ponía los pié. Toda ella empapada desde el primer pelo hasta la ultima uña del pies, preguntaba para sí, ¿donde me llevan estas personas?.
Al llegar a las primeras luces del pueblo, el manto de la niebla se había extendido, sin distinguir el entorno ni fuerzas para mantenerse en pie, sintió alivio, cuando se pararon y el cadavérico hombrecillo, saco una llave colgada de una cadena, del bolsillo, que hizo girar en la cerradura, que crujió, sin ganas de ser abierta, la puerta de un empellón crujió sobre sus pernos con un chillido, quedando en parempad.
Antes de que ella pasara lo hizo una mujer, que a tientas llego hasta una lámpara de carburo, al ser encendida, ilumino parte de la estancia.
Entrando todos al interior, dejando ver la luz del quinqué, una estancia tétrica.
Como iba empapada y aterida de frió, lo que quería es que se fueran cuanto ante todos y pregunto donde estaba el servicio, que quería darse una ducha, todos se miraron y parte de los acompañantes se dirigieron hacia la puerta con idea de marcharse, quedando en la estancia solo el cochero y su mujer que le contesto, que para lavarse, en el dormitorio había un palanganero, con una jarra de agua y debajo de la cama una escupidera para cosas mayores.
Se despidieron no sin antes decirle que encima de una mesita tenía pan, queso y vino y que por la mañana ella vendría para lo que se le ofreciera.
Sin más se marcharon no sin antes aleccionarla que cerrara bien la puerta pues era mejor que tomara precauciones.
A solas, aterida de mido con escalofríos y tiritones que le hacían castañear los dientes, se preguntaba hay Dios, donde me he metido, donde estoy. Tomando energía empezó a desnudarse, quitándose la ropa, empezó a lavar por partes el cuerpo, con el agua que echo en la jofaina.
Luego intento hacer las cosas mayores como le habían dicho en la escupidera, no sabia como ponerse para ello, pues de cloaquillas no era capaz y una de las veces se callo de espalda y apunto estuvo de verter el orín sobre el suelo, como los apretones iban en aumento tomo la escupidera y la puso encima de una silla, de esta manera pudo hacer de cuerpo, con el problema siguiente con que se limpiaba…
Ya aseada empezó a comer con glotonería pues se dio cuenta del hambre que tenía y la sed que el áspero vino saciaba, reanimando su cuerpo ya más entonado, mientras pensaba mañana me voy, en cuanto venga el día tomo el primer tren, no quiero estar en este lugar, todo esto se decía mientras se metía en la cama.
Para alivio las sabanas eran suaves y con olor a prado, las mantas daban un calocito que la llenaron de alivio, estiro el cuerpo lo esperezo. Pero se le había olvidado apagar el carburo y tubo que levantarse para apagarlo, fue tanto el frió que sintió que volvió de un salto al interior del lecho. Cuando recobro el calor, sintió un ruido y el miedo apareció otra vez, con la luz apagada, sin tener nada para encenderla, el terror volvió y se decía, que va a ser de mí, cuando oyó unos mormullos fuera en la calle, que a ella le sonaban como si estuvieran en la habitación.
El desasosiego la hizo acurrucarse en la cama, apareciendo y recuperando, todas las películas de miedo que en su vida había visto, imágenes que se iban proyectando en los parpados de sus ojos que mantenía tremendamente cerrado.
ISABEL CORONADO ZAMORA
El conductor, le dijo que los presentes eran su familia, que a su llamada de socorro se habían prestado a lo que hiciera falta y sin más explicación, viendo el hombre que nada se podía hacer por la rueda del carromato, con la oscuridad y la niebla era cada vez más espesa, lo mejor era dejarlo allí hasta que viniera el día y ver que se hacía.
Desengancharon al burrito, coloco sobre su lomo el equipaje, como se pudo, pues el baúl era tan pesado que durante el trayecto fue más arrastra por el débil asno.
Ester, detrás del cortejo brincaba más que andaba, por los constantes hoyos y desniveles del terreno que oscuras no lograba distinguir, ni donde ponía los pié. Toda ella empapada desde el primer pelo hasta la ultima uña del pies, preguntaba para sí, ¿donde me llevan estas personas?.
Al llegar a las primeras luces del pueblo, el manto de la niebla se había extendido, sin distinguir el entorno ni fuerzas para mantenerse en pie, sintió alivio, cuando se pararon y el cadavérico hombrecillo, saco una llave colgada de una cadena, del bolsillo, que hizo girar en la cerradura, que crujió, sin ganas de ser abierta, la puerta de un empellón crujió sobre sus pernos con un chillido, quedando en parempad.
Antes de que ella pasara lo hizo una mujer, que a tientas llego hasta una lámpara de carburo, al ser encendida, ilumino parte de la estancia.
Entrando todos al interior, dejando ver la luz del quinqué, una estancia tétrica.
Como iba empapada y aterida de frió, lo que quería es que se fueran cuanto ante todos y pregunto donde estaba el servicio, que quería darse una ducha, todos se miraron y parte de los acompañantes se dirigieron hacia la puerta con idea de marcharse, quedando en la estancia solo el cochero y su mujer que le contesto, que para lavarse, en el dormitorio había un palanganero, con una jarra de agua y debajo de la cama una escupidera para cosas mayores.
Se despidieron no sin antes decirle que encima de una mesita tenía pan, queso y vino y que por la mañana ella vendría para lo que se le ofreciera.
Sin más se marcharon no sin antes aleccionarla que cerrara bien la puerta pues era mejor que tomara precauciones.
A solas, aterida de mido con escalofríos y tiritones que le hacían castañear los dientes, se preguntaba hay Dios, donde me he metido, donde estoy. Tomando energía empezó a desnudarse, quitándose la ropa, empezó a lavar por partes el cuerpo, con el agua que echo en la jofaina.
Luego intento hacer las cosas mayores como le habían dicho en la escupidera, no sabia como ponerse para ello, pues de cloaquillas no era capaz y una de las veces se callo de espalda y apunto estuvo de verter el orín sobre el suelo, como los apretones iban en aumento tomo la escupidera y la puso encima de una silla, de esta manera pudo hacer de cuerpo, con el problema siguiente con que se limpiaba…
Ya aseada empezó a comer con glotonería pues se dio cuenta del hambre que tenía y la sed que el áspero vino saciaba, reanimando su cuerpo ya más entonado, mientras pensaba mañana me voy, en cuanto venga el día tomo el primer tren, no quiero estar en este lugar, todo esto se decía mientras se metía en la cama.
Para alivio las sabanas eran suaves y con olor a prado, las mantas daban un calocito que la llenaron de alivio, estiro el cuerpo lo esperezo. Pero se le había olvidado apagar el carburo y tubo que levantarse para apagarlo, fue tanto el frió que sintió que volvió de un salto al interior del lecho. Cuando recobro el calor, sintió un ruido y el miedo apareció otra vez, con la luz apagada, sin tener nada para encenderla, el terror volvió y se decía, que va a ser de mí, cuando oyó unos mormullos fuera en la calle, que a ella le sonaban como si estuvieran en la habitación.
El desasosiego la hizo acurrucarse en la cama, apareciendo y recuperando, todas las películas de miedo que en su vida había visto, imágenes que se iban proyectando en los parpados de sus ojos que mantenía tremendamente cerrado.
ISABEL CORONADO ZAMORA
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