LA FERIA DEL CAMPO
DE MADRID
Feria del Campo, evento que cada primera tenía lugar en Madrid, en la casa de campo, donde todas las
regiones estaban representadas, en pabellones de arquitectura que reflejaba a
la provincia, en su interior eran expuestos productos y gastronomía típicos de
cada lugar ect.
El régimen de Franco para facilitar
su visita, a los agricultores le ofrecía un salvoconducto para viajar gratis y
visitarla.
Juan Zamora fue buena persona, nadie era malo y disculpaba las maldades
diciendo que eran distracciones. Alto de ojos azules y mirada tierna. Trabajo
de Mozo de Mula, gustaba escuchar las placas (discos) de Antonio Molina, en
radio Madrid (hoy ser)
Continental y Nacional de España, emisoras anunciadoras de este evento y soñaba poder ir
como otros tantos.
Nunca salio de Almendralejo, lo mas alejado que se desplazo en su vida fue
a trabajar las tierras del conde. Al ser hijo de viuda no fue a la guerra de África (Mili).
Una de sus hijas, consiguió el billete,
para hacer realidad la ilusión de ir a conocer Madrid y como a los niños
menores de cinco años RENFE no les cobraba le acompañaría una de sus nietas.
El día entes de la marcha fue a despedir se de sus hermanas: Piedad y
Aurelia y vio como le preparaban la maleta, hecha por el carpintero “Capita”
cuando sus hijos fueron al servicio militar.
La noche antes del viaje no durmió, al venir el día estaba vestido, la
familia, le acompaño a la estación, él con la valija en una mano, en la otra
agarraba a su nieta y una talega con la comida, para el viaje y un paquete con
viandas del pueblo, para la familia. Le iban advirtiendo que en Mérida había
que hacer trasbordo y preguntara por el tren que iba hacía Madrid, con el salvoconducto no tenía que sacar el
billete, él sonriente y feliz asentía.
Al entrar en la estación el jefe de estación hizo sonar la campana
indicando que el tren acababa de salir de Villafranca, pronto se hoyo el silbido
de la locomotora que pesadamente se deslizaba sobre los raíles y quejosamente apareció
y fue parando se, no eran más de las siete de la mañana, a Juan se le ilumino
la cara, sus ojos se volvieron más azules, su cuerpo padecido por las labores agrarias,
recobro esbeltez con aquel pantalón de
pana fina con trabilla atrás para sujetar
el cinturón y Chambra, prendas hechas por Carmen la sastra, (apodada con cariño
la poya) la cabeza cubierta por el sombrero de fieltro negro y copa alta, realizado
por sombrerería Periron.
Con premura montaron, acomodados y la maleta colocada en el altillo, Juan
fue a la ventanilla, tirando hacía arriba de una correa para abrirla y se asomo,
desde el anden le decía con recelo -hay van gentes del pueblo que van a Madrid,
no te desvíes de ellos-.
Hasta Mérida el viaje fue ameno al llegar a esta localidad todos bajaron rápidos
a comprar los billetes, la estación era un ir y venir, él en medio de ella, sin
saber que hacer, todas la advertencias las había olvidado y empezó a sentir
miedo al ver policías con gabanes crisis hasta los tobillos, con gorra de plato
sujetada con un galón que pasaba por debajo de la nariz, sobre un negro
mostacho.
Portaban ametralladoras que le provocaba olvidados temores y apretó contra si
a su nieta, cuando sintió en la espalda la mano del policía que le decía que no
obstaculizara, el balbuceando, le pregunto -El tren para Madrid-, contestando
le con un gesto que asusto a la niña escondida entre las piernas del abuelo, -Es
ese- y subieron a un vagón destartalado de asientos de maderas que se movía
condenadamente.
En seguida apareció el revisor, pidiendo billetes, él saco del interior de
su carterita el salvoconducto y se lo ofreció, nada más verlo el hombre se dio
cuenta que había tomado el tren equivocado, si el de Madrid pero el que iba hacía
Badajoz, él buen revisor, rápido telegrafió, comunicando el equivoco de un
viajero y que el tren dirección a Madrid espera en la próxima estación y hacer
el cambio.
El trasbordo fue rápido, bajaron y la primera puerta del vagón que vio abierta entraron, notando que habían
ganado, el departamento era cómodo de bullidos asientos con pañitos de
ganchillos en los respaldos y espejos, con vaivenes suaves, ventanas amplias, y
un acompañante muy elegante y solicito.
Colocado el equipaje y acomodados, la nieta con las posaderas daba saltitos
en los bullidos asiento y los dos hombres empezaron una agradable conversación,
que fue interrumpida con la entrada del revisor, volvió asentir miedo, saco su
papelito, viendo otra vez la cara de sorpresa del revisor, que le comunicaba,
el equivoco pues había montado en primera
en vez de tercera clase, diciéndole que si no sabia leer, contestándose
para sus adentros, el haber carecido de esa oportunidad, pues ese Dios que hoy
no aparecía, solo le dio la opción de ser gañan, para labrar las áridas tierras
y hacerla productivas para el dueño y sufrir injusticias.
Como siempre su prudencia no dejo salir las palabras que pensaba y
aturullado se dejo conducir, sin soltar equipaje y nieta, que gimoteaba por el
revuelo formado.
En la siguiente estación más un apeadero, bajaron y por el Adén fueron
conducidos hasta el vagón que le correspondía, siendo observado desde las
ventanillas, por los demás viajeros que le pedían premura.
En el departamento donde se instalaron se mezclaban, los olores de sudor, comida
y poca higiene.
Llegaron a Madrid a las once de la noche, la entrada del tren en la
estación de Las Delicias para él fue irreal, el vapor de la lo comota, quitaba visibilidad,
pero dejaba ver desde la ventanilla la multitud apiñada, esperando a familiares
o ir a otros lugares.
Los compañeros de viaje fueron rápidos
en bajar, siendo una anécdota en su vida, mientras el bobaliconamente miraba y sintió
la mano de su nieta haciendo lo reaccionar, y se dispuso a dejar el vagón, una
vez en anden era empujado por personas que los arrollaban, el miedo volvió a
parecer, al no ver a la familia, que debía estar esperando.
La estación tan distinta a la de su
pueblo, con tantas puertas y sin saber cual era la de la salida y para que si
no sabia donde ir.
En tal aturdimiento se dijo y el tren hacía donde va continuar si delante
de la maquina lo que hay son cristales, hay donde estoy esto es un mal sueño.
Los mozos de equipajes con los carros llenos de maletas contratados por sus
dueños para que las sacaran a la calle, donde esperaban los taxi.
Sin saber que hacer le dijo a su nieta, _que perdidos estamos en esta
jungla _, cuando diviso a su cuñada, cordobesa
de ojos grades y cara redonda que sonriente, llamaba a Juan y la familia, que
empezaron a besar a los recién llegados y se dispusieron a salir de la estación
y los azules ojos de Juan, fueron sorprendidos
por luces, canteles luminosos, semáforos y la cantidad de coches y
peatones.
Una vez en la casa de la familia en Divino Valles, se contaron las
anécdotas del viaje.
Al otro día fueron a visitar la Feria
del Campo, que era el motivo del viaje, quedando impresionado.
El pabellón de Extremadura, era semejante a un cortijo extremeño, en su
interior eran expuestos, aperos de labranza, recursos que daba la tierra en
estos años y degustación gastronomía ect.
La estancia en Madrid duro un mes,
la hija le dijo por cartas que a la vuelta lo esperaría en la estación de
Mérida, enterada de lo sucedido a la ida.
La familia lo acompaño a la estación y después de verlo montado vieron como
el tren se ponía en marcha.
Acomodados en el departamento con otras personas, que venían de la feria. Había
una familias con varios hijos, que utilizaron la facilidad del visado para
hacer trabajos temporeros y volvían a su
lugar de procedencias.
Contentos de tener un asiento pues el tren iba repleto, sobretodo la clase
tercera, donde las gentes en los pasillos utilizaban el equipaje de asiento. El
revisor entro en escena pidiendo billetes, los presentes sacaron el salva
conducto y vieron el gesto del revisor al darse cuenta que no había sido
sellados para la vuelta, solo para la ida y debían bajarse en la próxima
estación o pagar el billete.
Bajaron del tren y en el andén desorientados, observados por los viajeros y
vieron como del tren que se puso en
marcha y se alejaba.
El lugar donde apearon era Almorchon, un poblado de ferroviarios de pocas
casas, casi arrastrando la maleta entraron en la sala de espera, protestando y
pidiendo ayuda al jefe de estación, decidiendo que dos personas que supieran
andar por Madrid, tomaran el próximo tren que estaba al llegar y arreglaran
todo.
Juan comprendió su error, pues hubiera sido mejor pagar el billete, al
tener que abonar parte del billete del las personas que machaban a solucionar
el problema a Madrid, se había acobardado al se parco en palabras, sin tener en
cuenta a su nieta.
Los que debían ir, marcharon. El día
fue pasando con un calor sofocante, sin agua solo las gotas de un grifo que
había en la estación. La nieta jugando con los demás niños en la vía con el peligro
que eso suponía, estaba al tanto pero se le escapaba cuando daba alguna
cabezada, la comida se fue acabando y en el lugar no había cantinas ni recurso
y así llego la noche, con la niña dormida en su regazo, iluminados por una
bombilla llena de cagadas de moscas dado poco luz.
Los compañeros volvieron por la
mañana con todo correcto y contentos tomaron el tren para volver a sus casas.
Mientras las hija habían ido a esperarlos a Mérida, cuando llego el tren y
no verlos, subieron a buscarlos y se puso en marcha, la locomotora, una de
ellas le dio tiempo bajar la otra se tiro en marcha, expuesta de ser arrollada
por las ruedas del vagón, siendo socorrida por las gentes, al verla llorar mas
por no ver a los ausentes que por el daño sufrido.
Un viajeros le explico lo sucedido y el jefe de estación de Mérida llamo a
Almorchon donde le comunicaron lo sucedido y que el problema una vez
solucionado, volvían al día siguiente en el primer tren hacía Mérida-
Al otro día cuando los vieron bajaron del vagón, la niña con la cara llena
de churretes, el vestido que fuera blanco era negro, desgreñada, con sep y hambre.
Juan, la chambra y sombrero que
tanto había gustado en Madrid, la había perdido o olvidado, solo quería estar
en casa y les dijo a sus hijas muy bonito todo pero a Madrid no vuelvo ni
volando.
Aquella noche nieta y abuelo se deslizaron en las sabanas de sus camas,
sintiendo el silencio de la noche, alterada solo por el aullido de los gatos y
ladridos de los perros y sintieron el
gusto de estar en casa.
ISABEL CORONADO
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