Mi pequeña historia de Almendralejo

martes, abril 23, 2024

SAN MARCOS 2024


San Marcos llena los charcos y Santa Lucia los vacía, iban los carreros sentados en el pescante del carro de madera de yuntas.

 Con el látigo en la mano arreando a las mulas, enjaezadas, con las mantas bordadas con las iniciales del mozo.

Los años traen romerías y todas tienen su encanto, se van incorporando y dejando cosas que van haciendo la Gira novedosa y divertida en preparativos para este día.

Cada San Marco trae recuerdos y ves futuro, de los aires de personas divertidas que buscan tener un día de convivencia donde la alegría y armonía llene de animación los ricos de antaño, que tanto han visto.

No puedo dejar de recordar aquellos días de correr e ir a visitar la cueva del Moro, que estaba llena de tanta fantasía que nos llenaba de temores, que eran las narraciones que nos contaban mientras con asombro mirábamos su interior.

 Corríamos hacia la piedra res baliza que parecía tan alta, usada como tobogán esperando en la cola el turno para resbalar.

 Acompañar a mis amigas al cortijo de Zacarías de la Hera que trabajaba una vecina y estaba una imagen de San Marcos.

Pasear por la carretera de Badajoz hasta el pilar de Tiza, beber su agua fresca, para saciar la sed de la caminata.

Luego continuar hasta el cortijo de Ramos Pérez, que este día habría sus puertas, para visitar su propiedad.

Era un vergel aquel lugar, tan lleno de tantas variedades de flores, árboles, aquella fuente con cupido que tanto nos gustaba.

Éramos unas jovencitas llenas de ternura, animación que llenábamos de alegría por donde pasábamos, con nuestro gracejos y ocurrencias.

Y vuelta al lugar donde estaban los carros de la familia, a degustar las viandas que eran siempre tortillas gazpachos y chuletas enhuevas.

Bajábamos a la orilla del regacho Arnina que estaba toda ella llena de huertas frondosas, donde el olor de las verduras, se mezclaban con los aromas de las flores, toda la campiña que se divisaba desde los riscos.

Caminos, que iban serpenteando huertos frondosos, que abastecían al pueblo de verduras.

Correteando íbamos visitando, siendo osequiadas con flores que prendíamos del pelo, dándole color a nuestras mejillas sonrosadas


Que pronto pasaba aquel día, cuantas risas y ocurrencias que han quedado grabadas en aquellas piedras, que absorbían la puesta de sol indicando que pronto había que iniciar la partida.

El regreso, cantando y las que habían quedado, sin ir, esperando a la entrada del pueblo, para vernos llegar, nosotros roncas de entonar las coplillas, chillar de alegría y cantando.

Más de cuatro envidiosas que querían que lloviera.

Isabel Coronado Zamorano 

 


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