Mi pequeña historia de Almendralejo

martes, junio 10, 2025

 Narración



El viento son los susurros de un encuentro en nuestras vidas.

El viento habla, nos hace sentir los murmullos y caricias olvidadas.

Sentir el viento es traer recuerdos de un tiempo, que de pronto aparece en nuestra memoria.

La mente es un viento que abate nuestros pensamientos, que se quedan en rincones de un espacio que olvidamos en un punto que de ninguna manera creímos que lo íbamos echar de menos .

Rehacer el recuerdo, que la duda hizo por  correcciones,  echas en una gracia que se derramo sin llegar a ninguna calle, que donar nuestros recuerdos, que se fueron al encuentro de la montaña, que un día con un amigo, subiste, volviendo a recodar el olor de  la jara caminando hacia la cima.

Sintiendo el sol derramando sus calores sobre nuestro cuerpo, sin saber, la juventud acertada, sin un por favor perdido, en correr hacia el encuentro que una mano.

 Sentimos sobre nuestro cuerpo, los encuentros de un día, que se quedo en el rincón del recuerdo.

Aquel día, que salimos temprano todos contentos hacia la mina de los tierra blanqueros, que felices íbamos oliendo  la campiña, hacia el encuentro de caminos que habían desaparecidos, comidos y devorados por fincas que se había apropiados de ellos.

Que difícil fue llegar y como descansamos sobre aquella gran roca, el sol nuestra cara sonrosada,.

Cada cual son sus gracias y curiosidades buscando cualquier descubrimiento, que nos hicieran diferente.

Tambien había problemas al descubrir bacas bravías, que pactaban, poco interés tenían de nosotros, mientras con su cola siempre en movimiento para espantar moscar y con sus rugíos, mientras rumiaban el heno,  para hacerse notar y darnos un aviso de que no abusáramos de su tranquilidad.

Subimos hasta la cima y descubrimos, una antigua mina olvidad de tierra blanca, nos encanto y empezamos a descubrir cada rincón, que desprendía historia.

Aun estaba el pozo donde apagaban la tierra blanca, su agua brotaba del fondo queriendo evocar al recuerdo, de un tiempo de quehaceres, a sus dueño que un día dejo de ver.

Aun estaba señaladas, el camino uno para el pueblo y otro bajando la montaña hacia el sendero que iba surcando fincas, que lo habían devorado, daba idea la a veces que fue transitado para ir y venir a vender su mercancía.

Se divisaban los restos de casitas que hubo en un camino lleno de un ir y venir hacia los distintos lugares.

El viento hacia mover las hojas de los arboles que fueron sembrado por aquellos hombres, que habitaron en el lugar, los restos de paredes a un en pie, llena de señales de vida, que daban a pensar en las vidas tan abatida por una dura existencia.

El lugar nos fue llenando de emociones, como las señales del redil donde había estado el ganado que le servían, para sacar la tierra blanca y trasporta.

 la cima de aquel monte nos hizo pensar en sus moradores que era como tocar el cielo en noches estrelladas, el frio junto con la sequedad del verano, fríos de invierno que reflejaba la pared de la casa, don debió haber habido una chimenea.

Los miedos y historias que aquel fuego habría compartido, tal vez amores risas y carencia.

Era un lugar para sentir, hacerte que todo un lugar lleno de historia de supervivencia de un pasado, que quedo olvidado, que de pronto se hizo presente.

 Como si nos hubiéramos, llevado al lugar, después de tan difícil acceso, nuestro empeño por lograr llegara al lugar.

Era un encuentro de comprender que la vida abecés se derrama sobre el lugar donde sobrevivimos.

Isabel Coronado Zamora




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