PLAYA DE CHIPIONA
LAS BELLEZAS PERDIDAS
Que bonito seria si todo se parara, que el tiempo se estancara, que el baile fuera un aire que compartir de una vida.
Despidiendo desde lejos los sonidos que enbellecen el caminar hacia los cielos miranco hacia atras sin soledad queriendo, yendo y viendo enormes caricias que se van hacia a qui y allí.
Que regalo seria el quitar lo que hiciste sin bellezas no ver, que bien seria el creer sin caminar, andando cobarde de ser una pequeña mirada de soledad de personas que ni ban ni vienen, estancadas en los sentidos, sin el sentimiento que necesitas que aveces se despide y deja que lo bello se valla que no tenga un caminar.
Sin arranque volver amar, solos uno enfrente mirando, que es mejor tener que carecer un rato al abrigo del aliento, que da el prado encendido sobre praderas verdes, engendradas en colinas de collados sin rastros de copas de arboles de hojas que caían, para convertirse en hojarascas que tapaban la verdad, del que vio el verdor de las cumbres, pendientes hacia el arrollo que arrastraba los cantos que sin parar, se frotaban con las orillas, hasta convertirse en una suave arena en una playa de horizonte perdido, en las crestas de las olas que chocaban sobre ellas mismas.
Isabel Coronado
LAS BELLEZAS PERDIDAS
Que bonito seria si todo se parara, que el tiempo se estancara, que el baile fuera un aire que compartir de una vida.
Despidiendo desde lejos los sonidos que enbellecen el caminar hacia los cielos miranco hacia atras sin soledad queriendo, yendo y viendo enormes caricias que se van hacia a qui y allí.
Que regalo seria el quitar lo que hiciste sin bellezas no ver, que bien seria el creer sin caminar, andando cobarde de ser una pequeña mirada de soledad de personas que ni ban ni vienen, estancadas en los sentidos, sin el sentimiento que necesitas que aveces se despide y deja que lo bello se valla que no tenga un caminar.
Sin arranque volver amar, solos uno enfrente mirando, que es mejor tener que carecer un rato al abrigo del aliento, que da el prado encendido sobre praderas verdes, engendradas en colinas de collados sin rastros de copas de arboles de hojas que caían, para convertirse en hojarascas que tapaban la verdad, del que vio el verdor de las cumbres, pendientes hacia el arrollo que arrastraba los cantos que sin parar, se frotaban con las orillas, hasta convertirse en una suave arena en una playa de horizonte perdido, en las crestas de las olas que chocaban sobre ellas mismas.
Isabel Coronado
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