CUENTO DE NAVIDAD
Era se una vez, en una playa donde las nubes volaban y
aterrizaban sobre la arena, allí tomaban a los pasajeros que trasportaban por
los cielos.
Las nubes, de un inmenso algodón de cara regordeta, sonrisa
de grandes carcajadas, manos diminutas que batían, constantemente sobre el aire
y cuando el viento era intenso, de su barrigona con las manos regordetas
flotaban y salía una pompa enorme que se iba haciendo grande hasta envolverla,
entonces sus pasajeros estaban protegidos de inclemencias.
Corrían por el horizonte rojo donde el sol al ponerse se le
había olvidado recoger los rayos y aun iluminaba los restos del día y
principios de la noche.
Era maravilloso volar y aterrizar sobre la playa, llena en
las alturas de nubes inalámbricas que batían sus antenas, para ser reclamadas y
bajar su escalera de escamas marina, por donde los niños risueños subían, pues
solo podían hacerlo los seres risueños, que siempre estuvieran riendo, si alguno
estaba triste la nube, le lanzaba un soplo, empezando a reír alegres y subían.
Era maravilloso como se llegaba a ella por la escalera,
introduciéndose por una puerta de nebulosa, que dejaba espacio a los
transeúntes para que pasaran a su interior.
La nube era blandita, calentita a veces si veía cosas malas
lloraban intensamente cuando divisaban los campos secos y sedientos, los
animales necesitados de sorbos de agua de los regachos que con su lluvia
empezaban saborear sus orillas, de rica lluvia que desbordaba y calmaba sed. Abecés
la nube se enfadaban tanto que era mejor tenerlas contenta.
Los niños que llegaban aquella playa, eran felices al ver
las nubes arcadas en el cielo, deseosas de ser necesitadas para aventuras de
ilusión, emociones que se desplegaban sobre un paragua, que debajo de ella iba
lanzando deseos de los viajeros que se iban convirtiendo en realidad, a cambio
de su promesa, de hacer que la maldad la lanzaran al paraguas desplegado y convirtieran
en cosas buenas, que viajaran juntas como los destellos del sol a la tierra.
La nube al anochecer encendía luces de colores, avisando en
la oscuridad su presencia, era el momento en que la escalera se convertía en
puntos luminosos, que hacían bajar a duendes que eran los pilotes que ayudaban
a las nubes.
Que le gustaban tomar el sol sobre el espigón, sintiendo y
viendo las olas llegar, siendo salpicadas, su bullida blancura.
Las nubes viajaban sin cesar, alrededor del mundo sin parar,
a veces se cansaban y se quedaban sobre un lugar donde absorbían el agua, que
en su viaje la iban dejando caer.
Abecés las nubes tapaban el sol, haciendo los días tristes,
oscuros pero el sol poderoso las vencía y se hacía dueño del firmamento,
tomándolas a todas, como globos con una cuerda y las mandaba acostar, cansadas
como estaban de tanto viajar, dormían y reinaban el buen tiempo.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home