AQUEL DÍA EN EL MANZO
Aquel día tomamos el camino de Alange, para luego coger el camino del
Manzo, era pasar por grandes sembrados de viñedos y olivares.
En el Morgaños vimos una almazara,
molino en un lugar que me parecido de películas, para llegar a la viña de mi
padre había que pasar un Baden para cruzar el arroyo del Manzo.
La viña de mi padre estaba en un pedregal, llamada por los arrendatarios
esta parte las "Retama” donde podías ver una cepa crecer con buenos
racimos entre dos rocas, parecía que no hubiera tierras, que los diminutos
olivos carrasqueños nacieran y crecieran encima de las piedras.
Era una fanega de tierra compartida entre olivos y cepas.
Desde el lugar se divisaba n las sierras, y la soledad del labrador,
queriendo hacer prosperar unas tierras donde las piedras hacían difícil
arar y hacer prospera una cosecha.
Era la única tierra en propiedad y sustentos para el invierno, las aceitunas
eran llevadas al molino de Don Arturo en la carretera Sevilla, y cambiadas por
aceite, otras en él molino del Marquesito, en la parte conocida por el Morgaño.
Era un oro líquido, que cuando se rociaba encima del pan y se le añadía azúcar
se convertía en el manjar que se quedaba en los sentidos para siempre.
Las tostadas aquellas comidas también tostadas con las ascuas del carbón,
bien refregada con ajos y el aceite bien caliente, con más ajos y pimiento
colorados y sal sobre ella.
El Manzo, era la parte del campo donde todos los jornaleros tenia tierras arrendadas.
Estaban alejado del pueblo, en su trayecto la única compañía eran el canto de
las chicharas, refugiadas en las ramas de los olivos del calor asfixiante.
El aullido de algún perro sedienta,
en la lejanía el roznar de burro.
Era un terreno monótono donde mirabas al cielo para ver diferencia y distracción
sobre aquel cielo tan azul, tostado por el calor del sol.
En el trayecto era afición de los mayores ir contando historia cuando el
terreno estaba dominado por otros pobladores,
Y como defenderse de algún altercado sacando una enorme hacha que llevaba en
buen resguardo, entre la albarda y las aguaderas.
Cuando se pasaba por el regacho cuyas orillas estaban llenas de Peros Enanos,
arbolitos pequeños asilvestrados, que crecían libremente en las márgenes de los
arroyos, que además de estar buenos era una golosina en el pesado camino, mi
padre ni se paraban y sin bajar del asno, llenaba los jaques de la aguaderas,
de la fruta que durante el camino íbamos comiendo.
Al ser el camino, largo y el hartón de peros muchos, pronto empezaba los
dolores de tripa, buscando un olivo o cepa para soltar lo que nos producían las
dolencias.
Luego listo, para seguir el camino,
ilusionados por llegar hasta una barranca, donde había una gran oquedad,
llamada lobera, contaban que había servido para refugio de las alimañas y para
pastores cuando se intensificaba la lluvia
En una de las partes había sembrados de almendras que habían sido
recolectadas y nos pusimos a coger las que habían quedado en el suelo, partiendo
con piedras y comíamos con pan, y risas.
El camino, aunque monótono, buscaban atractivos para que el ir a las viñas
lejos, quedara en los recuerdos de la infancia junto a los seres que compartíamos
un momento en nuestras vidas.
ISABEL COORNADO ZAMORA
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