LOS MELONEROS Y SU VENTA ANTAÑO EN ALMENDRALEJO
Cuando se pasa por la plaza del mercado, es como silbaran los recuerdos de una niñez lejana.
Como traer al presente sobre el teclado a un borriquillo llegando a su explanada.
Sus pasos eran lentos cansados soportando una carga mayor que la que sus débiles patas y lomo podían soportar.
Sobre el tenía un serón lleno
de sandias y melones recién cortados con olor aun amata y atierra pegada sobre
el pezón del fruto.
Los burros se ponían en fila
alrededor del cerramiento de la plaza, mientras su dueño iba vaciando su mercancía y llevándola
al puesto asignado en aquella enorme explanada, sin ninguna sombra sobre los hombros
del melonero, con la sombra de su sombrero.
Una vez puesta la mercancía en
el cemento, el melonero ataba su borriquillo, el pobre animal pidiendo que la
venta se hiciera pronto, veía como llegaban los compradores, iban paseándose de
una punta a otra viendo la mercancía, hasta llegar a la pieza más grande y mas barata,
pues no se vendía por peso sino por pieza, de varios kilos.
Al burrito se le ponía un
morral que era un saquito sujetado con una correa de las orejas del animal, en
su interior tenia cebada con paja, que el pobre iba rumiando y
dejando pasar la mañana.
El mercado en aquellos años
solo funcionaba por la mañana, su venta era lo que cada vendedor quisiera
aguantar y lo pronto que acudieran compradores y (Peceros que era como se
le decía a la clientela habitual.
La explanada se llenaba de melones y vendedores, de este producto, por si fuera poco se presentaban camiones de otros lugares con mercancías, que ponían en la explanada más barata, que vendía rápidamente.
Los del pueblo tenían que ver como vendian la mercancía y la suya estaba parada sin moverse.
Teniendo que volver a
cargar los melones en el serón sobre el lomo del borriquito, que tenía que
pacientemente aguantar el peso, pausadamente volver a casa detrás del dueño
que caminaba a su lado para no echarle al animal más peso.
Y vuelta a empezar descargar la
mercancía que se iba colocando a lo largo del pasillo, de la casa y esperando
que algún vecino vinera a comprar melones .
Y por la tarde volver al
melonar a cortar melones y sandias y cargarlas hasta el pueblo y la casa.
Además, se tenia que roar el
melonar, pues la tierra con el calor se abría y estas grietas hacían que el
aire y el sol secase la tierra de secano, pues los melones no eran regados como
no lloviera.
Haciendo pie de matas cuidando
y mimando la tierra pues del trabajo dependía su dulzor y savor.
ISABEL CORONADO
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