MI HISTORIA COMIENZA AQUI
La fotografía fue realizada por una cámara
de un familiar de Madrid, que vino a visitarnos y gracias a ella tenmos estas
maravillosas fotografías del vergel que fue –el huerto de Isabel la Nena,.
Cualquier
historia surge de un momento que permanece en los recuerdos, uno de los mejores
de tu vida, compartido con unos primos súper divertidos y traviesos, en una
vega conocida por Husero, vergel desde el principio de los siglos, el nombre de
Husero fue tomado de una familia que debió vivir en este lugar, llamada la casa
Husero.
Nada se
sabe más del nombre descubierto por mi hijo Cesar. Camino de las Lavernosa, también
de Aceuchal, que al llegar al pilar de Tiza se trasforma en la cañada de Tiza.
Recuerdo grato en mi memoria, que ha permanecido y he ido
trasmitiendo con los años.
Aquel verano fue uno de los mejores de mi niñez, como estuve
en este lugar grato para mi, junto con primos, tíos y mi querida abuela Isabel,
la única que conocí.
El temperamento de aquella mujer, logrando en el lugar que
veis hacer de adobe ella sola una casita para refugiarnos.
Que maravilloso era todo en aquel sitio, las noches llenas
de estrellas, en un firmamento colmado de cometas que corrían en libertad uno
detrás del otros.
Los cuentos al caer la tarde, mientras veíamos sacar a mi
padre y tíos, ayudados por mi primo agua de los pozos que había, varios semejantes
al que veis, que mi padre decía que eran de los Moros.
Pues según él todo lo antiguo era árabe.
Vega productiva, además de los pozos pasaba el regacho
Zancho, con buen torrente, todo el año, corría con aguas cristalinas.
Por un canalito se tomaba agua que iba a una tinaja de
arcilla muy bien trabajada que almacenaba el agua que salía sin cesar por un
pitorro, está según mi progenitor también su construcción y vasija era árabe, según
Dionisio, era de los moros.
Estaba en un margen
del camino de la cañada, para sedientos caminantes y animales, agropecuarios, con
los que se hacían todos los trabajos agrícolas.
Al lado del huerto estaba la casa del médico, que casa,
cuando lográbamos entrar en el jardín de la entrada, nos quedábamos quietos
mirando lo bonito que eras, como éramos tantos nos mandaban pronto para la vaquería
que tenía este doctor, que estaba al lado de la casa.
Un bullicio de chiquillería llegaba, para que nos dieran la
leche recién ordeñada, de las ubres de las vacas, liquido expuso y aún
caliente.
Luego íbamos a la casa del guardes, su hija se llamaba creo
manolita o algo así, entrabamos corriendo y parábamos de, golpe cuando veimos a
la joven con brazos en el cuadril, poniendo orden, y viendo el queso que estaba
en la mesa, con hogazas de pan recién echo.
Decía uno de mis primos, que guapa es y creo que tito
Dionisio la quiere de novia, pero ella no está muy convencida.
Cuando en nuestras manos nos iba poniendo porción de queso y
pan íbamos saliendo corriendo hacia el camino, pronto éramos parados por el
pastor de las vacas poniendo orden.
Mis tíos y padre, llegaban por la tarde a recolectar,
hortalizas y frutas maduras, que iban
poniendo en los cestos para que muy de madrugada mi abuela se levantaba y ayudada
por las manos, hombros y espaldas de mis
primos con habilidad, ponían los
cestos sobre el lomo de los asnos, para que se encaminara al mercado a vender,
la mercancía, con la que no solo la familia si no también amigos se sus sitian,
en épocas malas de escasez, que tengo que decir que al lado de mi abuela nunca
hubo necesidad.
Hasta que mi abuela volvía del mercado estábamos solo y el
pastor lo sabía, la abuela le decía échale una mira, sobre todo a Joselito el
rey de las trastadas.
Nos gustaba irnos al lugar cercano de nombre las Cavernosas,
para pasar había un badén por el que pasaba el regacho y sus orillas estaban
sembrados de eucaliptus, marcados su tronco con corazones.
Mis primos que letreaban y sabían algo escribir, con una
diminuta navaja, escribían sobre su tronco, para cuando fuera mayores verlos.
El lugar era muy fresco su suelo lleno de grama, verde,
fresquito, nos tirábamos cobre la hierba y escuchando el sonido del agua nos adormecíamos.
Era el momento de las travesuras de Joselito, que contare en
otro momento.
A si hasta que volvía ya mi abuela, con la venta echa y unas
sardinas era nuestra merienda, que traía, asadas en una cocinilla, fabricada
por ella, que bien sabia sobre el pan en una mano, en la ora medio tomate con
sal.
El líquido chorreando por nuestros brazos, de postre del árbol
arrancaba melocotones maduros, tan llenos de almíbar, que al morderlos el zumo
salía a chipi ritones, llenando nuestras caritas que limpiábamos con el dorso,
pues servilletas nada.
Desgreñados, sudorosos y enmostados, con un salpicón de agua
que nos daba mi abuela, sobre la cara nos íbamos dentro de la casa, realizada
por mi abuela de adobe, suelo de royitos de piedras, que ella utilizo para embaldosar,
viendo la claridad por el techo que entraba entre las tablas empleadas para
ello, siempre diciendo --antes de la lluvia hay que repasar el techo.
El camastro era unos troncos que según ella le dieron, cuando
talo un pino, maderos que, clavados en la pared, un camastro con por colchón
tablas y sobre ellas jerga, como se decía al costal que serbia de colcho
relleno de las hojas de mazorca de maíz.
Como no cabíamos todos, tendía la manta de la albarda del
burro, sobre el suelo, así revolviéndonos, acomodándonos, ella poniendo orden
empezaban sus historias, bien sabía que si eran siniestras eran las mejores,
para dormirnos.
Contaba, que mi abuelo era rubio, alto gallardo y de Cumbres
Mayores, como se hicieron renta del huerto, que el médico le tenía dado a cambio,
de que no le faltara verduras y frutas.
Aquel hombre respeto siempre mucho a mis abuelos, tíos
padres y familia.
Y nosotros aquel lugar éramos libre.
Solo pase en aquel lugar un verano que es el de la
fotografía.
Feliz, con las trastadas de Joselito o las brusquedades de
mi tío Dionisio, al gastarle para fregar el suelo el agua fresquita de la
cantarilla, para beber cuando venía sediento de las tareas.
Fuel huerto con sus verduras de la Nena, tenían fama,
cultivadas por su familia.
Vergel, que fue el lugar salpicado de huertas, cortijos
donde todos se conocían, se comunicaban de uno en otros, al irse encontrando
por el camino hasta que el recado llegaba al pueblo.
De pronto, todo acaba con una historia que no soy dueña de
contar, son obligados abandonar el lugar, la vaquería desaparece, el huerto fue
quedándose como veis en la fotografía.
La casa años atrás, aun en pie en vida de mi padre, pero un
pino de aquellos que daban tan buena sombra, en una tormenta un rayo lo cayó
sobre la casa, fue el final, para que la rapiña del ser humano quedara de
aquella casa tan bella solo su entrada y quizás un pino hijo de aquellos.
Los eucaliptus de la orilla del regacho fueron talados y las
iniciales de mi prima con ellos.
Todo aquel entorno es hoy lo que veis, en la fotografía nada
tiene que ver, aquel paisaje salpicado de huertas de hortelanos.
Gracias a mi hijo Cesar tengo estas fotografías, todos vamos
formando del recuerdo.
DEDICADO A MI FAMILIA
POR
AQUÍ DEVIERON ESTAR LOS POZOS Y SOBRE ESTAS PIEDRAS RESTOS DE LA CASTA.
Y
alrededor de aluna de ellas nos sentabamos eran nuestros asintos, y mesas a la
hora de comer.
Participaron
en nuestras historias, lellendas mientras veiamos unas boveda celestial tan
estrellada.
Todo esto estaba salpicado de huertos de hortelanos
dedicados a su venta
De la casa solo su entrada al jardín, como si te asomaras a
una niñez donde veo a mi abuela, con aquel pañuelo negro atado a la cabeza y
sus sallas oscuras, dando le al burro, para llegar a tiempo al mercado, hacer
la venta, parce verla ligera detrás de la vestía, mientras le decía al pastor , ---échale un vistazo a mis nietos.
A mis primos correr, uno detrás de otro, Joselito
escondiéndose para no ser encontrado de tantas fechorías.
Ver llegar a mi padre sobre su burrito Perico, a recolectar la
hortaliza para la venta.
Las vacas que tanto miedo me daban o cuando mi padre me subía
a la tapia de piedra, que separaba la cañada de la casa del médico y el camino.
Mientras me abrazaba y me alisaba el pelo, camino, mientras
me señalaba con su gran fantasía, una paloma que era su amiga, se convertía en hada,
por la noche para proteger la puerta de la casita del huerto.
ISABEL
CORONADO ZAMORA
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