Mi pequeña historia de Almendralejo

domingo, agosto 03, 2025

 


MI HISTORIA COMIENZA AQUI

                      

                                  



UN VERANO DE MI INFANCIA

              


La fotografía fue realizada por una cámara de un familiar de Madrid, que vino a visitarnos y gracias a ella tenmos estas maravillosas fotografías del vergel que fue –el huerto de Isabel la Nena,.

Cualquier historia surge de un momento que permanece en los recuerdos, uno de los mejores de tu vida, compartido con unos primos súper divertidos y traviesos, en una vega conocida por Husero, vergel desde el principio de los siglos, el nombre de Husero fue tomado de una familia que debió vivir en este lugar, llamada la casa Husero.

Nada se sabe más del nombre descubierto por mi hijo Cesar. Camino de las Lavernosa, también de Aceuchal, que al llegar al pilar de Tiza se trasforma en la cañada de Tiza.

Recuerdo grato en mi memoria, que ha permanecido y he ido trasmitiendo con los años.

Aquel verano fue uno de los mejores de mi niñez, como estuve en este lugar grato para mi, junto con primos, tíos y mi querida abuela Isabel, la única que conocí.

El temperamento de aquella mujer, logrando en el lugar que veis hacer de adobe ella sola una casita para refugiarnos.

Que maravilloso era todo en aquel sitio, las noches llenas de estrellas, en un firmamento colmado de cometas que corrían en libertad uno detrás del otros.

Los cuentos al caer la tarde, mientras veíamos sacar a mi padre y tíos, ayudados por mi primo agua de los pozos que había, varios semejantes al que veis, que mi padre decía que eran de los Moros.

Pues según él todo lo antiguo era árabe.

Vega productiva, además de los pozos pasaba el regacho Zancho, con buen torrente, todo el año, corría con aguas cristalinas.

Por un canalito se tomaba agua que iba a una tinaja de arcilla muy bien trabajada que almacenaba el agua que salía sin cesar por un pitorro, está según mi progenitor también su construcción y vasija era árabe, según Dionisio, era de los moros.

 Estaba en un margen del camino de la cañada, para sedientos caminantes y animales, agropecuarios, con los que se hacían todos los trabajos agrícolas.

 

Al lado del huerto estaba la casa del médico, que casa, cuando lográbamos entrar en el jardín de la entrada, nos quedábamos quietos mirando lo bonito que eras, como éramos tantos nos mandaban pronto para la vaquería que tenía este doctor, que estaba al lado de la casa.

Un bullicio de chiquillería llegaba, para que nos dieran la leche recién ordeñada, de las ubres de las vacas, liquido expuso y aún caliente.

Luego íbamos a la casa del guardes, su hija se llamaba creo manolita o algo así, entrabamos corriendo y parábamos de, golpe cuando veimos a la joven con brazos en el cuadril, poniendo orden, y viendo el queso que estaba en la mesa, con hogazas de pan recién echo.

Decía uno de mis primos, que guapa es y creo que tito Dionisio la quiere de novia, pero ella no está muy convencida.

Cuando en nuestras manos nos iba poniendo porción de queso y pan íbamos saliendo corriendo hacia el camino, pronto éramos parados por el pastor de las vacas poniendo orden.

Mis tíos y padre, llegaban por la tarde a recolectar, hortalizas y frutas maduras,  que iban poniendo en los cestos para que muy de madrugada mi abuela se levantaba y ayudada por las manos, hombros y espaldas de mis  primos con habilidad,  ponían los cestos sobre el lomo de los asnos, para que se encaminara al mercado a vender, la mercancía, con la que no solo la familia si no también amigos se sus sitian, en épocas malas de escasez, que tengo que decir que al lado de mi abuela nunca hubo necesidad.

Hasta que mi abuela volvía del mercado estábamos solo y el pastor lo sabía, la abuela le decía échale una mira, sobre todo a Joselito el rey de las trastadas.

 

Nos gustaba irnos al lugar cercano de nombre las Cavernosas, para pasar había un badén por el que pasaba el regacho y sus orillas estaban sembrados de eucaliptus, marcados su tronco con corazones.

Mis primos que letreaban y sabían algo escribir, con una diminuta navaja, escribían sobre su tronco, para cuando fuera mayores verlos.

El lugar era muy fresco su suelo lleno de grama, verde, fresquito, nos tirábamos cobre la hierba y escuchando el sonido del agua nos adormecíamos.

Era el momento de las travesuras de Joselito, que contare en otro momento.

A si hasta que volvía ya mi abuela, con la venta echa y unas sardinas era nuestra merienda, que traía, asadas en una cocinilla, fabricada por ella, que bien sabia sobre el pan en una mano, en la ora medio tomate con sal.

El líquido chorreando por nuestros brazos, de postre del árbol arrancaba melocotones maduros, tan llenos de almíbar, que al morderlos el zumo salía a chipi ritones, llenando nuestras caritas que limpiábamos con el dorso, pues servilletas nada.

Desgreñados, sudorosos y enmostados, con un salpicón de agua que nos daba mi abuela, sobre la cara nos íbamos dentro de la casa, realizada por mi abuela de adobe, suelo de royitos de piedras, que ella utilizo para embaldosar, viendo la claridad por el techo que entraba entre las tablas empleadas para ello, siempre diciendo --antes de la lluvia hay que repasar el techo.

El camastro era unos troncos que según ella le dieron, cuando talo un pino, maderos que, clavados en la pared, un camastro con por colchón tablas y sobre ellas jerga, como se decía al costal que serbia de colcho relleno de las hojas de mazorca de maíz.

Como no cabíamos todos, tendía la manta de la albarda del burro, sobre el suelo, así revolviéndonos, acomodándonos, ella poniendo orden empezaban sus historias, bien sabía que si eran siniestras eran las mejores, para dormirnos.

Contaba, que mi abuelo era rubio, alto gallardo y de Cumbres Mayores, como se hicieron renta del huerto, que el médico le tenía dado a cambio, de que no le faltara verduras y frutas.

Aquel hombre respeto siempre mucho a mis abuelos, tíos padres y familia.

Y nosotros aquel lugar éramos libre.

Solo pase en aquel lugar un verano que es el de la fotografía.

Feliz, con las trastadas de Joselito o las brusquedades de mi tío Dionisio, al gastarle para fregar el suelo el agua fresquita de la cantarilla, para beber cuando venía sediento de las tareas.

Fuel huerto con sus verduras de la Nena, tenían fama, cultivadas por su familia.

Vergel, que fue el lugar salpicado de huertas, cortijos donde todos se conocían, se comunicaban de uno en otros, al irse encontrando por el camino hasta que el recado llegaba al pueblo.

De pronto, todo acaba con una historia que no soy dueña de contar, son obligados abandonar el lugar, la vaquería desaparece, el huerto fue quedándose como veis en la fotografía.

La casa años atrás, aun en pie en vida de mi padre, pero un pino de aquellos que daban tan buena sombra, en una tormenta un rayo lo cayó sobre la casa, fue el final, para que la rapiña del ser humano quedara de aquella casa tan bella solo su entrada y quizás un pino hijo de aquellos.

Los eucaliptus de la orilla del regacho fueron talados y las iniciales de mi prima con ellos.

Todo aquel entorno es hoy lo que veis, en la fotografía nada tiene que ver, aquel paisaje salpicado de huertas de hortelanos.

Gracias a mi hijo Cesar tengo estas fotografías, todos vamos formando del recuerdo.

DEDICADO A MI FAMILIA



POR AQUÍ DEVIERON ESTAR LOS POZOS Y SOBRE ESTAS PIEDRAS RESTOS DE LA CASTA.

Y alrededor de aluna de ellas nos sentabamos eran nuestros asintos, y mesas a la hora de comer.

Participaron en nuestras historias, lellendas mientras veiamos unas boveda celestial tan estrellada.




Todo esto estaba salpicado de huertos de hortelanos dedicados a su venta

 

 







De la casa solo su entrada al jardín, como si te asomaras a una niñez donde veo a mi abuela, con aquel pañuelo negro atado a la cabeza y sus sallas oscuras, dando le al burro, para llegar a tiempo al mercado, hacer la venta, parce verla ligera detrás de la vestía, mientras le decía  al pastor , ---échale un vistazo a mis nietos.

A mis primos correr, uno detrás de otro, Joselito escondiéndose para no ser encontrado de tantas fechorías.

Ver llegar a mi padre sobre su burrito Perico, a recolectar la hortaliza para la venta.

Las vacas que tanto miedo me daban o cuando mi padre me subía a la tapia de piedra, que separaba la cañada de la casa del médico y el camino.

Mientras me abrazaba y me alisaba el pelo, camino, mientras me señalaba con su gran fantasía, una paloma que era su amiga, se convertía en hada, por la noche para proteger la puerta de la casita del huerto.

 

                                          ISABEL CORONADO ZAMORA


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