Mi pequeña historia de Almendralejo

lunes, diciembre 15, 2025

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     NAVIDAD  EN UNOS ESPACIOS 

         



Había llegado diciembre como siempre era un mes que nos llenaba de alegria, poco sobraba en casa y las carencias en el barrio eran semejantes, pero cuando diciembre llegaba, sacábamos las zambombas, sonajeros, realizados a bases de latillas machadas una sobre la otra, sobre una madera con una punta que atravesaba las chapas.

Cuando la tarde iba convirtiéndose en anochecer, salíamos todos a la calle,  si no íbamos casa por casa, llamando en las  casa de los vecinos llamando a los amigos para que todos juntos fuéramos por las calles cantando,  haciendo sonar zambombas y sonajeros.

Con canciones navideñas, nuestros cantos alegraban a la vecindad, que salían ala calle, en puerta de sus casas empezaban a cantar canciones navideñas con nosotros.

Eran sonidos que nunca he olvidado, quedado en los sentidos de recuerdos de aquellas navidades.

Los niños cantaban sin cesar esperando la golosina que los mas dadivosos nos daban, .
Juntábamos las garrapiñadas,  trocitos de turrón de Castuera, que cuando terminábamos el recorrido, nos íbamos a casa de algunos,  allí al calor del brasero repartíamos nuestras golosinas.

La navidad en cada casa eran escasas con pocos adornos, en la mía era la única que mi madre había heredado, un belén mal trecho, todos los años lo montaban con alguna figurita que iba incorporando, con las pesetinas que iba ahorrando en una hucha todo el año.

Un año mi padre se presento en casa, con un pino que no sabemos como lo adquirió, pero el sabia que teníamos ilusión de tener uno, el nos trajo uno enorme que cuando paso la navidad lo llevo a un lugar y lo replanto, volviendo  agarrarse a la tierra que abandono por unos días.


Lo mejor de la navidad eran las reuniones, en las casas solo lo hacíamos cantando sin cesar con una copa de licor 43 y una botella de anís Espino.

Los turrones eran escasos, igual que las golosinas, los regalos de los reyes tan pocos que duraban de un año para otro.

Con imaginación en verano  la muñeca desaparecía,  en en reye vestida de distinta forma, la encontrábamos, en los zapatos, lo mismo pasaba con el triciclo que con distinto color o el caballito de cartón igual que el camión de latòn.

Las calles eran una gran familia, socorro de escaseces, tiendas familiares que en navidad traían polvorones una caja  que iba vendiendo a cuarto quilo.

Unas cuantas barra de turrón duro y otro blando, era lo que se compraban, un cuarto de figuritas, calabazate almendras rellenas.

En cuanto pasaba la noche buena, el día de  pascuas, se comía las sobras, que eran pocas sopa de boda o pepitoria, que era comida por la mediodía, luego estaba el segundo día de pascua, mitad festivo.

En esta fiestas, salías de paseo a la calle real paseando por ella, mi padre como era socio del Obrero Extremeño íbamos en Navidad que había fiesta.

La noche vieja se festejaba poco, nos comíamos las uvas escuchando por la radio las campanadas y  a la cama.

El año nuevo era el santo de mi madre, las vecinas venían a felicitarla, ella hacia prestiños, rosquilla fritas con una copa de anís Espino, 

Era una forma de empezar el día, una charla, saboreando los dulces que eran obsequiadas, con aquellos dulces, realizados con tanto cariño,  agradecidos en un tiempo.

 Como digo que la calle estaba llena de una amistad que acabo con la marcha de aquellos vecinos que juntos viajaron al firmamentos, saboreando aquellos prestiños, alegrándose con el sonido de los sones de zambomba y sonajeros con canciones de niños.

ISABEL CORONADO

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