Mi pequeña historia de Almendralejo

domingo, diciembre 14, 2025



                                                      NAVIDAD





Todos los años llegaba la navidad , despacito sin apenas darnos cuenta, el frio de diciembre,  oscurecían rápidos eran días sin apenas tardes.

El frio fino, ese que se colaba por las astillas de las puertas, el olor del humo que cuando revocaba el aire dentro de la chimenea se entraba para dentro de la estancia haciéndonos, llenando los lagrimales de una llantina.

El fuego de la chimenea, estaba echo de cuernos de cepas y sarmientos, unidos a ramas de poda de olivos  que al estar a un verde ardían mal y daban un olor a "Zorruno".


Los cuentos navideños eran tan imaginativos, que hacia que esperáramos ilusionados que vinieran del campo de los quehaceres de jornalearía, sentarnos alrededor de la chimenea debajo de aquel enorme topetón.

Cuanta fantasía había en aquella paredes, imprimidas, el rugir de las cañas del techo cuando la escarcha se adueñaba de la arcillas de las tejas, y el calor de la candela, convertía en agua, que rodaba sobre las canales, cayendo el agua en el tarro o tinaja del patio.


Pronto venían vecinos a curiosear, a sentarse, buscar sitio para recibir, calor que había que repartir.

Mi abuelo con el pitillo en la comisura del labio, se levantaba, abría la puerta de la cocina,  se colocaba bien la pelliza sobre los hombros, se calaba la gorrilla, miraba para el cielo, diciendo siempre que estaba raso que no iba a llover.

 Cosa que siempre era lo mismo, una vez, cogidos los troncos,  abrir la puerta y volvía entrar en la cocina, se iba a la chimenea, hurgaba la lumbre, colocando bien la leña, se refregaba las manos, la ponía cerca de la lumbre para calentárselas.

Todos expectantes, para que  empezaran, con sus relatos, comiendo, aceitunas machadas que  tanto gustaban,  escuchado la lluvia, caer en encima de las tejas.

Eran atardeceres lánguidas, en que pronto se mesclaba, con la noche, caminando por las mentes de los presentes.

Un silencio se hacia presente era como si todo se parar, solo se escuchaba el desvencijado reloj de la abuela que le costaba marcar el tiempo.

De pronto uno salía diciendo, que en las noches de inviernos siempre con la llegada de la navidad, en las casa aprecian duendes, que dormían en las ramas de los arboles, que entraban en las casa buscando calor.

Era necesario quedar encendida la chimenea con lumbre, era mejor que durmieran, para evitar su magia, que con la llegada de la Navidad, se volvían revoltosos, haciendo que los regalos se acababa rápidos y abecés no habían bastantes para todos los moradores de las casas.

Y como  los duendes, eran muy frioleros, buscaban casa calentitas, para hacer realidad, los deseos, no gustando las casas frías, no eran su preferidas.

Quien vieron estos duendes, contaban, que tenían cascabeles en sus orejas, para hacerse sentir, pues no querían ser vistos, eran llamados  los duendes de la navidad.

Intentando consolarnos, de esta manera,  la posibilidad de la carecía de un presente en la mañana de reyes.

Tambien gustaban que tuvieran los pies limpios los habitantes de la casa, de hay que la noche antes todos la noche antes, corrieran a lavárselos, refregando con estropajo de soga, calentando agua en un cubo, de cid arrimado a la candela que ponía el agua tan calienten, que abecés los pies mas que lavarlos el agua los escaldaban, pero aguantaban para que el jabón desecho con el calor es comandaran mas 

El orador proseguía, pero al hablar todos a la vez, se daba cuenta, de las carencias falta de fantasía, riendo, proseguía,  que creer es tener fe, ser listo, evitar a los espabilados, que esos son los que no quieren los duendes.

El caso era entrar en situación los presentes, que el que llegaba y se iba incorporando a la tertulia, haciendo que la interrupción, quitara emoción a la historias.

En contador, sabia darle emoción a la estancia, solo bastaba mover los troncos que las chispas chillaran que saltaran con el puñado de sal que le echaba a la lumbre.

La paredes tomaban vidas, reflejaban sombras que se movían, accionadas por el viento que entraba por la chimenea, que hacían, que las sombras de la paredes empezaran a tomar movimientos.

Y mas cuando alguno se revolvía, en la silla estas se hacían crecer, como si el duende viniera hacia uno.

Eran dueños de sus temores,  historia llena de miedos, cada uno le sabían, de sus miedos, diferentes llevados en su ser, que los hacían caminar por encima de las cabezas, de los presentes que los  arrimaba, al que estaba a su lado, sintiendo el miedo en sus espaldas.

Cada presente hacia dueño de la historia que, por temor, no hablaba por ser centro de las risas y quitar el el encanto del miedo, acabando todos por si acaso terminar la velada, diciendo que duendes hay.

 Seguro que los sentimos, son invisibles cada cual los lleva en sus hombros y colorín colorado hasta mañana, que era hora de cada uno se fuera con su Mochuelo a sus casa.

A si terminaba la velada.

ISABEL CORONADO



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