Mi pequeña historia de Almendralejo

martes, noviembre 07, 2006

Ester en su nerviosismo

Ester en su nerviosismo solo pensaba en como abandonar aquel lugar y tomar el primer tren que le llevara con los suyos.
Era tanta la prisa que no se percato que la puerta de la calle se abría lentamente y aparecía una luz por la abertura, al darse cuenta de la lamparilla que avanzaba por el pasillo fue tal el chillo acompañado de espanto, que aterrorizada, tomo el jarro de agua que estaba cerca de ella y con furia lo lanzo hacía lo que se movía, enseguida se oyó un alarido, mientras otra voz decía –por favor señorita pare, somos nosotros – La muchacha en su prisa no se había dado cuenta de la oscuridad que la envolvía y que estaba haciendo el equipaje, valiéndose de los sentidos que la hacían moverse por la estancia con destreza que da el terror. Pero enseguida reconoció la voz, del que había recibido el jarrazo, que se retorcía de dolor, mientras la sombra que llevaba el farol intentaba socorrerlo y reanimarlo, una vez que la luz iba iluminado la estancia y se fue viendo verse mejor y serenarse, empezaron las explicaciones de los visitantes que no eran otros que el cochero y su mujer Aurelia, que con nerviosismo limpiaba la herida del hombre y con habla entre cortada le decía – señorita esta usted bien que le pasa- contestando le Ester – pues si, aquí en esta casa pasan cosas raras yo me quiero ir de este lugar,. – Calle usted, contesto la otra- con el trabajo que nos ha costado conseguir una maestra para los niños como se va ir, ni pensarlo y mientras hablaba y la tranquilizaba, fue hacia el carburo y lo encendió para ver mejor y atender al marido que seguía lamentando se del trastazo sufrido.
Ester seguía en sus treces, metiendo la ropa en el baúl y Aurelia con la misma volvía a sacarla y le decía- mire mujer si es menester yo me quedo esta noche con usted y mañana vamos hablar con el Señor alcalde. Respondiendo Adriático que era como se llamaba el cochero, que hasta por la mañana temprano no salía otro tren, que el ultimo se había oído el silbato cuando ellos llegaban.
La muchacha iba de un lado a otro de la habitación, diciendo hay Dios donde estoy metida yo, si parece haber entrado en otra dimisión de la que no puedo salir.
No diga eso señorita, respondió la mujer mientras mojaba la toalla en el agua de la palangana, para aliviar el dolor de su marido y se quitaba el pañuelo que ella traía puesto y se lo liado a su marido en la magulladura recibida, sobre aquel pobre cuerpo débil y deforme, que no dejaba de lamentarse. Ester al oírlo le daba pena del desatino que había cometido sobre aquel esportón de huesos.

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