UN TREN CAMINO DE LA EMIGRACIÓN --AÑOS SESENTA PASADO SIGLO ALMENDRALEJO
Aquella mañana nos despertamos pronto, todos los de la casa nos pusimos rápido a asearnos detrás uno de potro fuimos echando agua en la jofaina, nos lavamos y secamos con toalla, vimos a mi tío como hacia lo mismos.
La maleta de madera estaba lista, pegada en la pared, esperando, sobre ella un envoltorio de periódico, atado con cuerdas en su interior estaba la comida para el viaje.
La mañana, ni era esplendida, ni radiante ni nublada, de todo un poco pues estaba envuelta por la tristeza de la partida de un ser querido a lo des conocido.
Muy lentamente nos fuimos hacia la puerta, de la casa, emprendimos el camino hacia la estación. Caía una suave niebla fría sobre nosotros. En suelo, el barro se había echo dueño de nuestras pisadas que se iban embarrando y costando guardar equilibrio.
De pronto a la vuelta de una esquina nos encontramos con otros compañeros que también partían hacia ese punto, donde se espera encontrar tan solo esperanza.
Los niños pegados al tito que triste daba pasos largos, temiendo que el tren de la esperanza se marchara sin él.
Al doblar la curva de la carretera, divisamos la estación, dejamos detrás de nosotros la plaza de toros que dormitaba de tardes gloriosa.
Por el borde de la carretera íbamos y un carro de yunta nos alcanzo con su pesada carga de estiércol, para abonar la tierra, saludo y prosiguió, cantando mientras con una vara fina de oliva, tocaba el lomo de la bestia.
La estación estaba desierta, la ventanilla acababan de abrir, el olor era una mesclar de suciedad, carbonilla, heces y sudor.
Saco el tito la carterita, reatada, con su poquito dinero pago el billete hasta Mérida, donde había que hacer trasbordo.
Salimos al anden, hacia tanto frió que las caras se congelaban, haciendo nos arrimar unos con otros . La hermana lloraba, pedía un milagro para que su marcha no se hiciera, donde iba este crió que desamparo.
El padre paseaba, lentamente, quería decir tantas cosas, no salia ninguna. Cuando se diviso la maquina del tren la bruma la hacia como un espejismo acercarse mientras gruñía, se quejaba chillando con su silbato, iba frenando hasta llegar al deposito de agua donde tomo el liquido necesario para que el vapor tomara fuerza para volver a poner la en marcha.
Los que marchaban se montaron con sus maletitas de maderas o a cuadros, se asomaron por la ventanilla, una vez colocado el equipaje en las baldas, tomaron su asiento asomados a la ventanilla con caras de niños temerosos, se despedían mientras la locomotora tomaba resoplidos.
El jefe de estación con su banderita roja daba la señal de partida. La maquina pesadamente empezaba a tirar de los vagones, se ponía en marcha tomando velocidad se alejaba hacia la emigración.
Isabel Coronado
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