Mi pequeña historia de Almendralejo

domingo, agosto 30, 2015



RECOLECCIÓN DEL ALGODÓN ANTAÑO EN ALMENDRALEJO


El algodón en Almendralejo tuvo una gran difusión su cultivo y aportaba jornales en verano, era recolectada  por familias enteras incluidas niños/as.

Cuando me lo dijeron que ayudara a mi abuelo a este menester, me pareció estupendo al evitarme dormir la siesta, que  no me gustaba y había que dormir, a costa de  algún zapatillazo.

Vi una forma de librarme de ella, pero  con el paso de los días lo lamente, al preferir la siesta mil veces.



El jefe de mi tío Fernando, dueño de las tierras que estaban en el camino o vereda Charnecal,  y  pegadas a la parte trasera, de la toma de la alberca, sembraba de este cultivo.

 Por el medio de la finca pasaba el regacho Charnecal; muy caudaloso, al entrar le dos arroyos a este,  el Palomino, que venia de la carretera de Villafranca y  el nombrado por las Pizarrillas, nombre dado por que desembocaba en una profunda pedrera donde  a fuerza de extraer piedras durante siglos, la oquedad se fue haciendo muy profunda y en época de aguaje, se llenaba de las riadas desbordadas que traía dicho regacho.

 Los críos,  solían bañar se, era raro el verano que no se ahogaban varios, lo mismos que en las albercas.

La recogida que debíamos hacer era muy extensa,  una vez que el sembrado traspasaba el arroyo, sus líneos subían por  una gran loma, muy empinada.

Ocurrió mientras realizábamos este trabajo, no recordando el lugar preciso de la loma, vertereando la tierra lindera, un tractor con la reja del arado, arranco una gran losa, que cubría un esqueleto.


 Se dio parte a las autoridades, se dijo que en su interior había jarrones y ajuares. se dijo que el esqueleto, fue llevado al cementerio.

 Lo que fuera de todo esto lo ignoro, los protagonistas  ya no están y mi tío, no recuerda nada pues no le dio al hallazgo importancia, considerando que era frecuente que pasaran cosas a si.

Yo recuerdo el  miedo y no quise arrimarme y mi abuelo se encargo que olvidara el suceso, para proseguir con la tarea contándome historias fantásticas.

La cosecha de  algodón es la recolección mas penosa que se puede hacer junto con otras. Los riñones duele cantidad.

 La flor del algodón es amarillenta con olor, bonita pero en cuanto se corta se pone lacia y muere.

La flor se trasforma en una especie de  capullo,  que al abrirse, esta va formado cuatros gajos que deja salir el algodón  blanco y esponjoso, pareciendo una nevada en el campo de secano,  en pleno verano de 40º de temperatura, que es la que necesita este cultivo para que el capullo se habrá bien y de paso al  producto a recolectar.
Los gajos secos como espartos, se clavan en las uñas, produciendo grietas muy dolorosas.

La siesta era obligada antes de irnos a recolectarlo, con mi abuelo que me despertaba cariñosa mente, todos los día a las 3 y medias de la tarde, tomábamos el camino y  en la marcha hacia la parte, todos los días a la hora exacta, al ir caminando, se empezaba a escuchar el tren, la palabra de abuelo es el correo de las cuatro, a lo lejos se oía el silbato y el humo que lanzaba la locomotora que indicaba el recorrido por donde iba pasando el tren.

El camino siempre lo hacia igual arrastrando un gran saco de arpillera recosido y pieceado por el abuelo.

 Restregando los pies en engullidos por las sandalias de material, que eran pesadas e incomodas y hacían como comentaba mi abuelo(jollauras) rozaduras.

Llegábamos con el sol cayéndonos con toda su fuerza encima del cuerpo, tapando nos de él con  un gran sobrero de paja, que me cubría por lo pequeña que era todo mi diminuto cuerpo.

Regañadientes iba detrás de mi abuelo, mientras este cantaba y me animaba diciéndome que si llenaba el saco eran tres pesetas (dos céntimos de euros) de hoy que nunca vi.

Cuando el calor nos calaba y la tierra se colaba por el calzado, cada pisada era un suplicio  hasta lograr dar el siguiente paso, que se convertía en otro calvario.

Para hacer el menester más llevadero, nos íbamos al arroyo Charnecal y nos refrescábamos, con el agua que salia por uno de los laterales de la toma de la alberca,  rebosando  por encima de una losa de mármol, desgastada por los años del paso del agua cristalina que en cascada por ella pasaba hacia el regacho.

Había en el fondo, renacuajos, el abuelo  explicaba que eran de ranas, que sufrirían la metamorfosi y se convertiría,   en anfibios saltarines como yo los conocía.

Me señalaba a los peces que había nombrándolos por  Bogas de ríos, un pez muy comido en el pueblo, pescado en demasías, hasta que desapareció, de los re-gacho.

Forma de ganarse la vida con su venta, los peceros conocidos por este nombre a los que hacían este menester.

Refrescados, otra vec al tajo, con que gana miraba al horizonte, al padrón redondo por donde se ponía el Sol, señal que volvíamos a casa.

El regreso era duro, había que llevar  el saco lleno con lo recolectado al hombro, hasta casa, donde nos esperaban con el tractor,  tomaban los sacos, poniendo lo encima de las rejas del tractor y los llevaba al pajar del  del jefe, donde eran pesado,  según lo que diera a si cobrábamos.

Al tajo cuando íbamos se bajaba una cuesta muy empinada que me divertía a lo primero, con los días, no tanto,  pero la cuesta al regreso cada vez me parecía mas empinada, molesta. Ansiaba dejar de de verla.

El saco iba arrastrándolo, penosa mente, el abuelo igual hasta casa donde lo dejaba y como el agua había que ir a la esquina de nuestra calle al pozo de Salbatierra.

 Lo hacia con mi abuelo él con dos cubos, yo con una cantarilla por ser años de sequía había que hacer cola muy grande y  esperar,  hasta tu turno, cuando llegaba, sacarla con el cubo y dejarla caer en el pilar que tenia varios grifos por donde salia el agua que llenaba los recipientes de agua fresquita, cada  vasija tenia sin precio un cubo (una gorda)10 céntimos de peseta, la cantarilla una (chica) cinco céntimos de peseta.

Había que trasportarla hasta casa y verterla en una porcelana, situada en un lavabo, donde por partes te ibas aseando, en jabonan-dote, con pastilla de jabón, con un olor suave que perdura a un en los sentidos olfativos, la marca bien era  "ELLA" O "BELLA AURORA", los preferidos de mi madre.

 La porcelana, estaba sujetada por el aro que formaba  en palangero,  pegada a ella un cerco pequeño llamado jabonero para la pastilla,  de tanto ponerla se apelmazaba,  juntandose  jabones de varios veces, la toalla iba pegada al palanguero, casi siempre raída, una para la cara y otra para los pies.

El cuarto que estaba destinado al aseo, a la vez era despensa y en un apartadizo era para asearse, en la pared había un espejo en el que solo divisabas justo la cara.

Terminado el lavado, pasábamos  a la cocina, que estaba seguida, salvada `por un alto escalón .

Divisando en la mesa la mesa una fuente colmada de rico " Cojondongo" bien aliñado, exquisito, sabroso y todo lo fresco que puede dar  tener los tomates en la cesto guardado en el (aparador) la lacena heredada de la abuela.

La cocina  eran grande, con una nafre encima del poyo,  mi madre se afanaba por encender, con un soplillo echando aire  al carbón, para que la aceite de la sartén se calentara, freír el pescado para cenar lo.

El calor  que daba la noche , la cocina, la lumbre, los gotero ne de sudor, rodaban por la frente, viendo la destreza de la madre, que con una mano  las manos soplaba el carbón de la la nafre, con la otra  enharinaba el pescado  lo introducía en la sartén y le daba vuelta, cuando estaba en su punto  crujiente como nos gustaba un poco turradito, para que lo comiéramos caliente, decía ella.

 El cansancio era tato, que comiendo los parpados caían tan pesadamente, que el masticar se volvía pesado, e ibas a la cama, sudando buscado frescura en las sabanas, que de que se calentaban la lana del colchón del que esta realizado, te tirabas al suelo, poniendo una manta en él,  para mitigar aquel calor intenso.

Era bonito cuando mi padre ponía la manta del campo, en el suelo del patio, en las noches calurosas, debajo de emparrado, las enredaderas, macetas de geranios utilizando como tiestos tarros rotos o latas de tomates, el olor del melocotonero a fruta madura y de los Peros enanos (silvestres).
Aromas como el Torongil que estaba plantado en el interior de una gran olla, que harta mi madre  de darse la  el latero para que le pusiera remaches  y tapara la pitera con estaño, opto por utilizarla como tiesto para el Torongil que grecia frondoso y oloroso.
 Esta planta era muy utilizada para  ahuyentaba: roedores, mosquitos y en infusión, era bueno para múltiples de dolencias, contaba mi abuela  (La Nena buena botánicas).

Era divertido estar  costados en el suelo del patio, mirando las estrellas,   los cometas  y estrellas fugaces, en una bóveda tan luminosa y bella, quedando  en los recuerdos y permaneciendo, lo mismo que los cuentos, leyendas, junto a nosotros el perro Canelo, mastín noble y buen amigo, mientras en la puerta de la calle escuchábamos a mi madre con las vecinas sentadas en la puerta de la calle hablando de todo, era costumbre después y antes de cenar salir la vecindad  la puerta a tomar el fresco. También se cenaba en los patios incluso en la puerta de la calle, la familiaridad era tanta y la sencillez mucha
 El abuelo acostado, se le oía su respiración pausada y cansada, de vivir y ver tantas cosas  incomprendidas, dejando que la vida pasar sin más, señal que todo iba bien

 En la cuadra el borrico llamado Perico, que   roznaba, suavemente  alejando a si a las gallinas que se acercaban a él soñolientas al caerse, del palo del gallinero.

El algodón fuente de trabajo, muy penoso, en la comarca de secano se fue dejando de sembrar, pero cuando a si fue, la recogían familias enteras de féminas, que volvían, tan casadas que se caían en la cama sin ganas nada mas que de deseaban dormir.
.Un poquito de la historia y vivencias de un lugar

ISABEL CORONADO

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