Mi pequeña historia de Almendralejo

miércoles, junio 26, 2024

 

LA NOCHE DE SAN JUAN

 


La noche de San Juan contaba Juan Zamora Gómez, la más bellas para él.

Hubo años fría, con resencio, pero el baile alrededor de la fuente de la Negra, le hacía sentir calor.

Sus pies rápidos, dentro de los botos hechos por Domingo del Hoyo, una maravilla, realizados con manos maestras, con piel de cabritilla, cosidos con buen cabo untado en grasa, hacia que los pies dieran salto sin la menor molestia.

La fuente lucia más bonita, adornada con farolillos y una cuanta luz sujetada al palo que servía, para jugar a la cucaña, al venir el día.

A ver qué mozo lo subía mejor, el madero untado de jabón, que, al refregar las piernas, al intentar escalarlo, mientras otros mozos echaban agua con cubos de la fuente sin cesar.

Las gentes los jaleaban, al que intentaba escalar a costa de cargarse el pantalón de pana nuevo, recién sacado del arca, donde era guarda de evento en eventos, que no eran muchos.

Le importaba si le miraba la altiva mujer que había elegido como compañera.

La noche de San Juan como se divertían, el personal sentados alrededor de la fuente, en los poyetes, mientras comían jeringa del puesto de patricio, muy ricas.

El baile, era el que daba un acordeón, desafinada, siempre repetía la misma canción, sones que hacían bailar lo que ellos decían fandangos.



A las seis de la mañana, empezaban a sonar las campanas, daban la señal y los mozos de mulas diestros y valientes, se iban a los pajares de los amos, cambiaban sus ropas del baile por la de labranza.

Ponían a las mulas que eran enormes, jáquimas colleras, albardas cincho, con las brisas pasadas por argollas, pasaban por la jáquima.

Daban agua a los animales, le ponían un morral que colgaban de su cuello, donde en su interior colocaban paja y cebada, los primeros alimentos, a las vestía, mientras en caminaban hacia la parte donde estaba la tilla.

Subir a la mula lo hacían por los varales del carro o del chisme.

Era peligroso ver aquella Juventus después, de  una noche de juerga, calmar su cansancio sobre unas mulas tan altas y grandes además de bravías.

Los mozos de mulas, oficio muy reconocido pues para adquirir experiencia, había que empezar de gañan, un niño.

Era mejor pagado, los buenos muy bien considerados, como (Tres Chica y Juan Zamora)

Hasta llegar a la parte, el sueño los dominaba, con el vaivén la mula cogía, el camino que la mano del dormido, iba hasta dormido llevando a las bestias, que se sabían el camino.

Que personas que se pasaban una vida trabajando des de que amanecía hasta anochecer.



Colocaban los haces, en los carros con tal profesionalidad, que tomaban gran altura colocando con una horca de madera, uno tras otro, trocándolos y con una red, de cuerdas de maromas, con cuatro palos uno en cada esquina de carro de yunta, iba sujetada las redes, donde en su interior estaban los haces.

Solo ellos sabían hacer este trabajo, como Roar, labrar la tierra, donde detrás del chisme, tirado por la yunta de mulas, los líneos eran tan recto como si hubieran puesto una regla, por su precisión y destreza.

Tomaban como referencia un aparejo que llevaba la mula sobre la albarda y por donde pasaban la rienda.

El mozo de mula con su chambra, en verana camisón de rallas, quemado por el sol y su pantalón de pana remendado, lleno de piezas, para invierno, verano y luego dicen que ahora hace calor.

Y su gran sombrero de paja que casi nunca terminaba nuevo en el verano de un año para otro.

Los botos de media caña, de piel de becerro, que cuando se mojaban se volvía, duro con que los pies habría que proteger con calcetines gruesos, remendados, con zancajeras, que pertenecían a otros calcetines, a provechando al máximo, todo lo que se tenía.

Y las polainas, para protegerse de las picaduras de las serpientes.



La historia solo se da cuando se cuenta.

Isabel Coronado Zamora

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