CALLE DIVINOS MORALES
CALLE DIVINOS MORALES 1956
Mi abuelo Juan Zamora Gomez, Mozo de mula de los de renombre y buena persona, a caminar por el mundo de la nuevas tecnologías. Siempre decías lo que conoceréis que no veré.
Siempre recordare aquella calle como la mejor etapa de mi niñez, por lo cual necesitare tiempo para cortar tantas cosas que se agolpan en mi memoria.
Si cierro los ojos veo el día, en que unas primas que habían venido de la capital con maquinas de fotografiar, nos sacaron a mi abuelo y a mí a la puerta de la calle, para hacernos a los dos una foto, para ello mi madre le saco de la cómoda un traje negro con gran olor a alcanfor, también el sombrero de copa alta como eran antiguamente en esta zona. Aquel día recuerdo que me hicieron más fotos, una con mi tío Antonio muy graciosa pues me pusieron una piel de chivo cubriendo me el cuerpo, mientras se hacían las fotografías, las risas y bromas eran abundantes, aveces pienso que si pudiera meterme dentro de esta foto encontraría a tantos seres que se quedaron en el camino de la vida.
Vería a mi madre llena de juventud e ilusiones preparando la cena en aquella vieja cocina de adobe que le había construido mi padre, tan pobre era la casa que ni fogón tenía. Recuerdo que me gustaba meterme con ella al calor de la lumbre, hacia tanto frío en ella en invierno, el aire entraba por las rendijas de las tablas que hacia de puerta y por las cañas del tejado, el viento se había llevado las pocas tejas y cuando llovía, tenia que guisar con paraguas, mi madre me cogía las manos y me las metía dentro del agujero de la nafre y me decía, deja las a la entrada no las introduzcas mas adentro que te puedes quemar, pero una vez el brillo de las brasas me llamarían mas la atención que las introducid hasta dentro, sufriendo quemaduras, recuerdo la cara de espanto y miedo de mi madre por la negligencia cometida.
En la vivienda, cuando llovía las cañas del tejado y las tejas tenían tantos claros que la lluvia se colaba y caía dentro de la casa como si estuviera en la calle para no mojarnos, mientras dormíamos tenias que poner paraguas en las camas y llenar toda la casa de cacharros para que cayera el agua en ellos, esto le hacia mucha gracia a la prima de Madrid, que también pasaban penurias en la capital, pero eran menos y esto no lo veían en su destartalado, viejo y con olor a pís de gato del calle de Divino Valles en el paseo de las Delicias. Recuerdo que eran niñas muy limpias de piel blanca, bien habladas y educadas, eran cariñosas y siempre que venían al pueblo nos traían obsequios llamativos que eran admirados y sanamente envidiados por vecinos y amigitos, eran chucherías, pues ellas no se podían permitir muchos excesos, de ahí cuando se iban a la capital, mi madre y familiares le llenaban de viandas la maleta de madera forrada con tela a rallas y color caqui para que en el transbordo de un tren a otro no se rozara.
ISABEL CORONADO
Si cierro los ojos veo el día, en que unas primas que habían venido de la capital con maquinas de fotografiar, nos sacaron a mi abuelo y a mí a la puerta de la calle, para hacernos a los dos una foto, para ello mi madre le saco de la cómoda un traje negro con gran olor a alcanfor, también el sombrero de copa alta como eran antiguamente en esta zona. Aquel día recuerdo que me hicieron más fotos, una con mi tío Antonio muy graciosa pues me pusieron una piel de chivo cubriendo me el cuerpo, mientras se hacían las fotografías, las risas y bromas eran abundantes, aveces pienso que si pudiera meterme dentro de esta foto encontraría a tantos seres que se quedaron en el camino de la vida.
Vería a mi madre llena de juventud e ilusiones preparando la cena en aquella vieja cocina de adobe que le había construido mi padre, tan pobre era la casa que ni fogón tenía. Recuerdo que me gustaba meterme con ella al calor de la lumbre, hacia tanto frío en ella en invierno, el aire entraba por las rendijas de las tablas que hacia de puerta y por las cañas del tejado, el viento se había llevado las pocas tejas y cuando llovía, tenia que guisar con paraguas, mi madre me cogía las manos y me las metía dentro del agujero de la nafre y me decía, deja las a la entrada no las introduzcas mas adentro que te puedes quemar, pero una vez el brillo de las brasas me llamarían mas la atención que las introducid hasta dentro, sufriendo quemaduras, recuerdo la cara de espanto y miedo de mi madre por la negligencia cometida.
En la vivienda, cuando llovía las cañas del tejado y las tejas tenían tantos claros que la lluvia se colaba y caía dentro de la casa como si estuviera en la calle para no mojarnos, mientras dormíamos tenias que poner paraguas en las camas y llenar toda la casa de cacharros para que cayera el agua en ellos, esto le hacia mucha gracia a la prima de Madrid, que también pasaban penurias en la capital, pero eran menos y esto no lo veían en su destartalado, viejo y con olor a pís de gato del calle de Divino Valles en el paseo de las Delicias. Recuerdo que eran niñas muy limpias de piel blanca, bien habladas y educadas, eran cariñosas y siempre que venían al pueblo nos traían obsequios llamativos que eran admirados y sanamente envidiados por vecinos y amigitos, eran chucherías, pues ellas no se podían permitir muchos excesos, de ahí cuando se iban a la capital, mi madre y familiares le llenaban de viandas la maleta de madera forrada con tela a rallas y color caqui para que en el transbordo de un tren a otro no se rozara.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home