Mi pequeña historia de Almendralejo

martes, enero 06, 2009

LEGANES DE LOS AÑOS 1955



LEGANES DE ANTAÑO--SIGLO PASADO



LA CAMIONETA  QUE HACIA EL SERVICIO Y COMUNICABA CON MADRID

Siempre lo recordare en blanco y negro, tenia apenas tres años cuando fuy a visitar a mi tía Nica y tío Ángel, el cual era veterinario en este pueblecito cercano a Madrid.
Vivían en la plaza del Salvador nº 4, una vieja casona, como todas las del pueblo, en la misma cera existían corralas de vecinos.
Apenas tenia tres años era el otoño de 1955, mi madre me dejo ir una temporada con mis tíos, para ponerme más fuerte, cambio beneficioso para mi salud.
La criada, llamada Isabel, de piel morena, pelo y ojos negro como la noche, deseosa de servir y hacerlo bien.


PLAZA DE ESPAÑA 1952 A 1959

En aquella casa, yo era como un juguete, mi tía tenia tres hijos barones: Miguel Ángel, guapo como un artista, con novia que no era impedimento para sus conquistas, Manolo y Cesar, unos años mayor que yo, con el que me identifique en seguida, me llevaba a todos los sitios, estudiaba en Getafe.
Me gustaba ir de paquete montada en su bicicleta, por las calles, que no eran muchas, que iban a parar a la plaza del Salvador, descampado con algunos árboles centenarios que la rodeaban y una fuente en el medio, que no era más que un surtido de hierro con un grifo, donde la población iba a por agua, centro de reuniones y comentarios de mujeres y hombres.
En una de sus esquinas, estaba la panadería, regentada por una familia, que fabricaban, el pan que el pueblo consumía, era una casona enorme impregnada de harina. En su interior sentías el calocito del horno de la tahona y el olor al pan haciéndose.
En la otra esquina habías una tienda de comestibles, seguida de una carnicería, el dueño en una de sus paredes tenia colgada una cabeza de toro disecada, sintiendo al verla miedo y temiendo que el resto del animal estuviera detrás de la pared y saliera.
La leche-ría estaba contigua y al entrar en ella había un olor suave a leche recién ordeñada, que estaba en basada en grandes cantaros de latón, su contenido era vertido en medidas, segun la cantidad que cada cual precisara.

A continuación estaba el cine, Cesar todos los dias iba haber las carteleras y se quedaba extasiado, mirando los recuadros fotografiados, de la película de Bárbara Strensad, su Astrid favorita.
Estos establecimientos rodeaban el pequeño parque y único de la población, donde estaba el ayuntamiento y otro cine.
En la cera de enfrente estaba la Farmacia la única del pueblo, con una enorme caja registradora, que al entrar y sacar dinero en el cajón hacia un enorme ruido al mover la manivela para abrirlo.
Seguido estaba la parda de la Camioneta, la cuan tenia dos horarios para ir a Madrid, el de por la mañana y el de la tarde, para poder ir sentados, se hacía la reserva durante el día, que costaban 0´50 céntimos de pesetas.
La espera del coche de línea, llamado Camioneta, se hacia en una sala de espera, tétrica y en penumbras, que hacia esquina con una calleja tenebrosa y oscura, que daba miedo, pues el pueblo cuando llega la noche y parte del día era solitario, apenas iluminado, con casas que parecían sacadas de una novela de López de Vegas o calderón de la Barca.

PLAZA DE ESPAÑA 1960

La cera donde estaba la casa de mi Familia, eran edificios de corralas. La suya una casona, que daba la sensación de caerse hacia delante, con ventanas de rejas enormes.
La puerta de entrada destartalada, nunca se cerraba, con un diminuto portal y apenas un tramo de escalera, de madera, con pasa mano de hierro, al agarrarte se movía como si fuera a desplomarse, el suelo era de madera y baldosas gastadas, que daba a un descansillo y acceso a la vivienda, con una puerta, tallada con rostros de guerreros, negra, tretita y escalofriante, miedo que era acentuado al tirabas de un pulsador que hacia sonar una campanita que repicaba escandalosamente portada la vivienda.
LEGANES 1950

Segun los moradores, esta entrada en su origen, fue un pajar, después reformada como parte principal.
El suelo de la casa, en su casi totalidad era de madera, con un gran salón con chimenea de mármol, habitaciones con vestidores, y un diminuto aseo debajo de la escalera del piso superior.
Lo más siniestro era una habitación, en el suelo había una puerta muy grande, que tapaba la entrada a lo que antaño debió ser una bodega o sotano, al que se acedía por una escaleras de piedras.
Recuerdo el día que la familia acompañada de amigos curiosos, decidieron bajar y ver lo que había, logrando divisar grandes tinajas de barro en hileras a ambos lados.


Para hacer dicho descubrimiento se iluminaban con candiles de aceite, luz de carburo y velas, que al ir haciendo el recorrido empezaron apagarse, iluminándose por la luz que entraba del exterior por la puerta de entrada.
Debieron sentir tanto miedo, que atropelladamente salieron, temiendo que la pesada puerta de la cueva, se cerrara por un golpe de viento.
Nunca volvieron a bajar a su interior. La curiosidad siempre fue grande y un poquito de miedo al mirar las ventanas que rodeaban la parte baja de la casa que pensaban que fueran respiraderos de la cueva, pero nunca comprendieron porque el lugar cuando entraron no tenia luz del exterior.
En conversaciones entre ellos opinaban, que la cueva, iba dirección hacia la iglesia, cosa que nunca se pudo averiguar.


PLAZA DEL SALVADOR 1957

Aunque la casa con los años fue vendida y convertida en un bloque de viviendas.
Mis tíos por miedo sellaron aquel acceso y la habitación fue ocupada por la criada.
La cocina era de casas de labranzas, con un fogón de carbón mineral que calentaba un deposito donde siempre había agua caliente.
Radiando calocito, en ella, en un lado tenia el hueco de lo que debió ser la escalera para subir al piso superior, convertido en otra vivienda independiente.
En medio de la cocina una mesa, donde se desayunaba, mientras veía a mi tío, quitar las compuertas, que todas las noches ponía a la puerta de acceso al corral, para seguridad.
Mientras, la lavandera lavava en la pila pegada en la pared debajo de la ventana, panera que la mujer llenaba con el agua caliente del deposito pegado al fogón.
El patio, en el pasado fue corral de ganado y huerta con una separación entre ambos, donde aun perduraban árboles frutales y olmos centenarios y un pilar, bebedero de animales, agua que todas las mañas aparecía con una capa de hielo.
En la parte de abajo había un cobertizo, con una chimenea en un rincón, lugar para carros y carruajes y cuadra, con una enorme puerta de madera reseca, blanquecina, desvencijada y chirriosa que daba a la calle.
Isabel, todas las mañas la abría, para sacar la carretilla llena de restos de la porquera y la basuras diaria, desperdicios que llevaba, al huerto de sus padres, en la carretera de Fuenlabrada, donde en una humilde casita, moraban un montón de hermanos y abuelos.
Restos orgánicos que eran aprovechados de abonos para la tierra, que apenas daba para mantener a la familia, ella todos los dias hacia este oficio y aprovechaba para ver ala familia.
Años después, cansados de tanta miseria se fue a trabajar también de sirvienta con los americanos, donde en los sesenta se ganaba tres veces más, aunque se comía muy mal.
Quedando en su puesto a su hermana Esperanza, un ser bueno y cariñoso que siempre recordare.
En aquellos año blanco y negro, como hoy los veo y a mi primo Cesar, arregañadiente, llevándome a casa de la modista, que me estaba haciendo un abriguito.
La costurera, vivía en una casa de puerta estrecha y habitáculo de poco más que una habitación, con olor rancio.

HOSPITAL PSIQUIÁTRICO SANTA ISABEL 1950

Vivienda que estaba, frente el Sanatorio Psiquiátrico de Santa Isabel, entonces con escarnio se le decía, de locos y todos evitaban pasar por el lugar, sobretodo al atardecer.Hubo un día que la prueba se retraso y se hizo de noche, cosa que nos provoco miedo, él me monto en el sillín trasero y empezó a pedalear, la oscuridad reinaba en aquella calle y las ruedas al tomar las piedras, hacían eses, él se bajaba para no caernos, yo me agarraba con todas mis fuerzas a su ropa. Al pasar por la puerta del sanatorio el miedo se acentuó, al recordar las historias oídas.
El cerramiento que lo rodeaba era de altas rejas de hierros, terminada en lanzas, con una cancela de hierro que daba al patio y a la puerta de entrada, encima de ella tenía un farol que el viento movía, ruidosamente provocando sombras móviles en actitud de seguirnos, miedo que se acentuaba al oír las ramas de los árboles del camino que iba a la estación, más un apeadero, alejada del pueblo. Aquel día pasamos tanto miedo, que lo recordamos el resto de nuestras vidas, al sentir presencias alargadas, corriendo detrás de nosotros.
Cuando conseguimos llegar a casa, el sudor de nuestro cuerpo y los aogos eran tan grandes, que al contar nuestros temores provocamos risas no a nosotros que siempre temimos aquel día
Mi primo Cesar jugaba en un equipo de fútbol del Getafe, alguna vez me llevo con él y me aficiono a acompañarle y creer que siempre debía hacerlo y esto provocaba llantos y pataleos cuando no era así.
La navidad, aquel año fue la más bonita, me llevaron a Madrid, a Galerías Preciados, haber los reyes Magos, Melchor, me tomo en sus brazos, mientras me hacían fotos, me preguntaba que deseaba aquel año, le conteste -una Bicicletina-, que nunca llego, me trajeron un piano que aporraceaba constantemente, arrepintiendo se, el que me lo regalo de haberlo hecho, una camita de caperucita roja y un saltador , con el que me divertía saltando todo el día, cuando dejaba el piano.
Me encantaba acompañar a mi tío Ángel, en su ciclomotor, a visitar a sus clientes y ver como este examinaba a los animales enfermos, lo querido, respetado que era, por las personas del pueblo por su profesionalidad.
Al estar una temporada tan grande con ellos y sentir tanto cariño y calidad de vida, lograron hacer que no echara de menos a mis padres.
Mi lenguaje era más castizo y madrileño que cualquier era del lugar.
Cuando volví al pueblo con mis padres, el cambio no fue positivo y mi madre, la primer en darse cuenta y mal acierto.
Echaba de menos aquellos días, aunque aburridos, mirando detrás de los cristales de la ventan, esperando a mi primo y viendo a las gentes llenar la vasijas en la fuente.
La risa de Isabel y buen humor, los desayunos en la cocina, sentada en la silla con mis pies que no llegaban al suelo, apoyando los codos sobre la mesa, el olor de la mantequilla, esparcida sobre la rebanada de pan blanco, endulzada con un poco de azúcar, el sabor de la leche con la nata espesa que tanto me gustaba.
El olor de la casa de mi tía Nica, que a sopa de cocido con mucha sustancia, mezclado con el del carbón mineral y las astillas de maderas, para encenderlo, que desprendía olor a resina de pino.
El calor cuando me acostaba con ella, las pocas voces, castigos y bofetadas que en aquella casa había.
Los paseos con la criada por delante de los cuarteles de los soldados, donde su novio hacia la mili e iba a ver y pasar un ratito con él.
La carretera que tomaba la camioneta par ir a Madrid, estrecha alineada de árboles centenarios que iba, a los Carabancheles, donde las hermanas de mi tío, vivian, al lado de las Cocheras donde eran guardados los tranvías de Madrid.
Al volver con mis padres, la casa estaba llena de vecinos para verme y oírme hablar, les parecía muy divertido, les llamo la atención un gorrito de lana que mi tía me había echo, les provocaba risas que no comprendía, logrando hacer que nunca más me lo pusiera, pues lo que era tan normal donde había estado donde volvía, con mis pocos años no tarde en darme cuenta que los perjuicios, el que dirán de las gentes era una moneda muy valiosa, para convivir con la hipocresía, envidias y tantas cosas que a lo largo de cualquier ser humano provocan inseguridad que solo vencen los años.
Quizas el niño que lebamos dentro se quedo en este punto de mi vida en cerrado en un rinconcito de mi ser o tal vez fue despuues en la calle divinos Morales. Esta historia la contare otro día.
lunes, diciembre 15, 2008
ISABEL CORONADO

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