LOS PERCEBES
Recuerdo aquel viaje a Madrid, fuimos en coches de puerta en puerta, te tomaban en tu casa y dejaban en el destino.
Que era la casa de Amalia, una vez, instalada, decidimos ir al centro de Madrid a degustar tapas, eran los años 1970.
Íbamos con deseos de ver la capital y conocer los lugares que veíamos en película.
Amalia vivía en el Barrio de Aeropuerto, aun recuerdo el autobús que debíamos tomar las paradas y el metro hasta la estación de sol, donde bajamos y después de subir y bajar escaleras y caminar por pasillos interminables, chocando con personas que ni miraban con los que tropezaban en un caminar tan rápido que acabaron por llevarnos en voladas al exterior.
La brisa nos hizo reaccionar y tomar fuerzas y sorprendernos al ver la plaza y la puerta del Sol, tan animada, llena de un sin fin de personas en un ir y venir con caras inexpresivas con un rumbo que ella sabría a donde iban.
Los dos contentos empezamos a caminar y tomamos, por calles bulliciosas hasta dar con la calle de la Victoria, donde estaba el bar conocido por “EL ABUELO” que servían en un platito con siete gambas a la plancha, por quince pesetas, asequible para nuestra economía.
El establecimiento estaba tan lleno que las gentes en la calle comían el marisco mientras charlaban animadamente.
Deambulando por las calles animadas de gentíos, con tascas que en sus escaparates dejaban ver manjares y nos fijamos en unas formas de patitas, que nos dijeron que eran “PERCEBES” lo mejor del mundo para ser degustado dijo el dueño.
Veíamos que las gentes los comían con soltura y con cara de ser cosa rica, cosa que nos hizo decidir probarlos.
Cuando el camarero, nos lo servio, por más que intentábamos abrir los, no sabíamos hacerlo y menos comerlos.
Una vez que apenas conseguimos abrirlos, ya por que no estuvieran bien arreglados, aquello no nos gustaba y cuando quisimos hacer una reclamación nos dijeron que eran estupendos y tuvimos que callar con sumisión y pagar.
Como nos había costado tan cara no estábamos dispuesto a dejarlos, y decidimos con mucho disimulo guardarlo y llevárnoslo.
Y dijimos -pues nos lo llevamos a casa. Dicho y echo y tomamos los medios de locomoción para regresar.
Cuando llegamos al barrio, a la casa de Amalia, entramos muy jubilosos, le dijimos - mira lo que traemos, que cosa tan buena, ¿que os va a gustar?.
Ella, que era más lista que todos los listos juntos dijo – haber que es - y muy decididos, le pedimos un plato y pusimos los percebes en él.
La cara de Amalia era una “poesía” de sorpresa, al sentir el sonido de las patitas en el plato, sorprendida, pregunto que es- alo que le contestamos -una cosa muy rica pruébalo- -y como se come-, nos miramos los dos sin saber que decirle pues eso queríamos nosotros saber como se comía.
Y muy tranquila se sentó y dijo -mira comerlo vosotros pues esto lo habéis traído por que a vosotros ni os gusta ni sabéis comerlos y cuando aprendáis, me lleváis al lugar donde los sirven y los comemos juntos.
Después con los años lo recordamos y reímos juntas por la ocurrencia que tuvimos y la felicitamos por lo lista que una vez más había sido.
ISABEL CORONADO ZAMORA
Que era la casa de Amalia, una vez, instalada, decidimos ir al centro de Madrid a degustar tapas, eran los años 1970.
Íbamos con deseos de ver la capital y conocer los lugares que veíamos en película.
Amalia vivía en el Barrio de Aeropuerto, aun recuerdo el autobús que debíamos tomar las paradas y el metro hasta la estación de sol, donde bajamos y después de subir y bajar escaleras y caminar por pasillos interminables, chocando con personas que ni miraban con los que tropezaban en un caminar tan rápido que acabaron por llevarnos en voladas al exterior.
La brisa nos hizo reaccionar y tomar fuerzas y sorprendernos al ver la plaza y la puerta del Sol, tan animada, llena de un sin fin de personas en un ir y venir con caras inexpresivas con un rumbo que ella sabría a donde iban.
Los dos contentos empezamos a caminar y tomamos, por calles bulliciosas hasta dar con la calle de la Victoria, donde estaba el bar conocido por “EL ABUELO” que servían en un platito con siete gambas a la plancha, por quince pesetas, asequible para nuestra economía.
El establecimiento estaba tan lleno que las gentes en la calle comían el marisco mientras charlaban animadamente.
Deambulando por las calles animadas de gentíos, con tascas que en sus escaparates dejaban ver manjares y nos fijamos en unas formas de patitas, que nos dijeron que eran “PERCEBES” lo mejor del mundo para ser degustado dijo el dueño.
Veíamos que las gentes los comían con soltura y con cara de ser cosa rica, cosa que nos hizo decidir probarlos.
Cuando el camarero, nos lo servio, por más que intentábamos abrir los, no sabíamos hacerlo y menos comerlos.
Una vez que apenas conseguimos abrirlos, ya por que no estuvieran bien arreglados, aquello no nos gustaba y cuando quisimos hacer una reclamación nos dijeron que eran estupendos y tuvimos que callar con sumisión y pagar.
Como nos había costado tan cara no estábamos dispuesto a dejarlos, y decidimos con mucho disimulo guardarlo y llevárnoslo.
Y dijimos -pues nos lo llevamos a casa. Dicho y echo y tomamos los medios de locomoción para regresar.
Cuando llegamos al barrio, a la casa de Amalia, entramos muy jubilosos, le dijimos - mira lo que traemos, que cosa tan buena, ¿que os va a gustar?.
Ella, que era más lista que todos los listos juntos dijo – haber que es - y muy decididos, le pedimos un plato y pusimos los percebes en él.
La cara de Amalia era una “poesía” de sorpresa, al sentir el sonido de las patitas en el plato, sorprendida, pregunto que es- alo que le contestamos -una cosa muy rica pruébalo- -y como se come-, nos miramos los dos sin saber que decirle pues eso queríamos nosotros saber como se comía.
Y muy tranquila se sentó y dijo -mira comerlo vosotros pues esto lo habéis traído por que a vosotros ni os gusta ni sabéis comerlos y cuando aprendáis, me lleváis al lugar donde los sirven y los comemos juntos.
Después con los años lo recordamos y reímos juntas por la ocurrencia que tuvimos y la felicitamos por lo lista que una vez más había sido.
ISABEL CORONADO ZAMORA
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