LA NINA QUE SE QUEDO DENTRO
Por Isabel Coronado Zamora
La historia que vais a empezar a leer, te
llevara a un pasado solo existente en la mente de su dueña.
¿Qué fue de
aquel niño/ña, que un día de la vida la en cerramos tan dentro de sí
y nunca mas la sacamos al exterior?.
Al empezar este relato me voy a una
humilde casa de cualquier pueblo de la Extremadura rural de los años 1950, surgen recuerdos del
principio de una vida.
Túnel del tiempo, con gusto entraría en él,
al salir encontraría una calle con casitas blancas de cal, donde las vecinas
eran miembros más de la familia, compartiendo entre ella problemas, necesidades
y alegrías sí las hubiera.
Dimensión, que se
abren, dejando entreabiertas puertas para pasar y encontrar aquel abuelo, se llamaba
Juan, alto, de ojos azules de tierna
mirada, siempre lo conoció pelado al cero, pela realizada por su amigo el
gitano Canilla, que era esquilador de burros y mulas lo pelaba así, y no le
cobraba un real.
Él se había quedado viudo, la mayor de su cinco hijos sé hizo o le dieron el cargo de cuidarlos junto con
una vieja vivienda destartalada.
El abuelo hombre paciente y
bobalicón, debido a su bondad, con una honradez que lo llevaba a perjudicarse
por beneficiar al oponente.
Su oficio fue mozo de mula y de los buenos, por
entonces todos los trabajos se hacían con caballerizas, a las que dominaba, lo
mismo que los surcos con el arado, que eran derechos, quedando la parte mas como paseo que lugar de siembra.
Trabajo siempre en casas grandes, la
ultima sería la de un conde dueño de media campiña y del cortijo regio y de estirpe en las entrañas del campo, donde
moraba el señor de la tierra.
Siendo niña me llevaron un día a este
lugar, imágenes que nunca he olvidado. Por ser sitio de encinas y monte bajo la caza era abundante,
realizándose en ella monterías, cuando a su dueño le placía para disfrute de él
e invitados, eso si prohibida para los
trabajadores y a toda persona ajena al
aristócrata. Ví como paseaba delante de los obreros con toda confianza, que
poco menos que eran de la familia, codornices, conejos y demás variedades que
los trabajadores cuidaban con sumo esmero, para el AMO, como se decía entonces
al jefe, sí alguno se atreviera a comer alguno de aquellos animales serían
despedidos.
Es verdad que podían cazar los obreros, pero
solo rapaces y reptiles que sé comían
los huevos de las aves y como el hambre aprieta, eran muchas veces las que sé
guisaban, águilas con arroz o lagarto comido por mi tío José según él era de
carne blanca, buena y parecida al pescado.
Aquel día me daría secuencias e
imágenes y vivencias para recordar toda
una vida.
Nada más llegar y abrazar a mi abuelo que
estaba al lado de un gran carro de yunta cargado de pasto y tirado por una
reata de mulas, mis ojos infantiles se
llenaron de pronto de espanto, al ver como una serpiente reptando sigilosamente
iba con su lengua bípeda y deseosa de picar la pata de una caballeriza que
estaba junto a nosotros, instante que mi tío con su pesada bota de cuero con
polainas de material hasta la rodilla, de un pisotón, dejo caer su pies sobre
la mortal alimaña que con su cabeza destrozada yacía junto a las pezuñas del animal,
poco le había faltado para dejar su veneno en las articulaciones del pobre
animal, pero la rapidez y destreza de mi tío lo había evitado. Es verdad
que la mula con sus orejas y espanto había empezado alertar a los
presentes del peligro que se acercaba. Mis primos y yo que éramos de la misma
edad, con unos palos cogieron la víbora, como sí de un trofeo nuestro fuera,
mientras entonábamos una Gori sin Gori por ser
lo que veíamos hacer y decir a los curas en los entierros en el trayecto
que iba desde la casa del fallecido a la iglesia.
Para aliviarme del susto, mi abuelo me
llevo haber las cuadras, nunca en mi vida he visto tantos animales juntos,
desde mulas, caballos, asnos, mulos, muletos. Todos comiendo en un pesebre enorme que cogía de una punta a
otra de la nave y en el medio, de un extremo a otro del lugar un raíl con una
vagoneta llena de paja y pienso, para
aligerar y hacer más rápido el dar de comer a los animales. En ella me monto mi abuelo y me paseo como si de un tobogán se tratara, causándome
tanta risa que empezaron a resonar por todo el
cobertizo, las alegres carcajadas
divertidas y cantarinas, que
contagiaron a los presentes que empezaron a reír igual.
Los
ojos de mi abuelo de mirada tan azul, se llenaban felicidad mezcla de ternura y emoción.
Al no estar los dueños de la
hacienda y ser mi progenitor persona de
toda confianza, me empezó a enseñar el lugar y tomando me de la mano
empezamos andar por un camino de piedritas de río donde se podían ver trozos de conchitas. Estaba el
sendero bordeado de árboles de fruta madura, que desprendía aromas y
fragancias, mientras caminábamos debajo de aquel idílico toldo, frondoso y
aromático, el canto de las chicharras se oían
en la era cercana donde los trabajadores preparaban la parba para después ser trilladas. A lo lejos se
oían las voces de los segadores,
mientras segaban, con un arte de oficio
inigualable, con el hocino en una mano mientras con la otra agarraba
el haz de espigas, y con un movimiento de muñeca de un tajo iban segando
un grano dorado de tallo largo que iban depositado en haces, que los
mozos de mulas iban con horcas, depositando en grandes carros de yuntas para
llevarla a la era, que rodeaba el cortijo.
Para mis años, el lugar me pareció
sacado de un cuento, pero más lo vi así cuando al terminar el sendero por donde
caminábamos, vieron, mis ojos infantiles lo que el tiempo no a logrado borrar
del recuerdo.
Fuera por lo feliz que era en ese momento o
porque del mundo que yo llegaba no lo había y lo más que había visto era el
destartalado parque a medio hacer de mi pueblo, que al entrar en aquel remanso
de vegetación, donde el ramaje dejaba ver
a tramos el cielo azul por entre las hojas de los árboles y oír el
agua de los surtidores al caer,
armónicamente en una fuentes donde había una estatua, con figura de niño, con un cántaro del
que salía un arco de agua, que al reflejarse en él la luz del sol, hacia
que se convirtiera en un arco iris de colores, del que los pájaros, tomaban
agua, sus trinos llenaban el lugar de musicalidad, haciendo volar la imaginación,
mientras miraba en uno de los estanques los peces de colores diversos y al
introducir mi pequeña mano en el agua, empezaron a dar aletazos y hacer curvas
simétricas, que me divertían y empece amover más el agua del surtidor, empecé
divertidamente a reír con fuertes carcajadas que se mezclaban con el canto de
las aves y el ruido del viento al mover las ramas, haciendo del lugar el
paraíso de la Inocencia, pero pronto, mi atención iría a pararse en una flor
acuática del estanque, en laque descansaba
una rana al sol mientras croaba
alegremente contagiada por mi
felicidad, mi sorpresa y asombro, quedo
reflejado en la desmesura forma con que abrí la boca cuando vi como el anfibio
de un gran salto se introducía en las profundidades del agua y como su diminuto
cuerpo nadaba de bajo del agua.
Aquel
parque del cortijo tenia bancos de cerámicas de diversos colores, llenos
de caracoles que empezaría a despegar, pronto dejaría de hacer aquel oficio, al
asirme la mano mi abuelo para salir de allí y en caminarnos donde pernoctaba.
Han pasado años y lo mismo que no he
olvidado la belleza, no he podido despejar
a lo largo del tiempo, las imágenes de ver el cuchitril que los dueños
del lugar les tenían asignado era pequeño con un ventanillo por donde apenas
pasaba luz y aire, su camastro estaba
echo de troncos de árboles clavados en la pared, el jergón de paja de maíz
estaba encima de unas reventas tablas y debajo de la cama para aprovechar
el terreno habían metido sacos, de vaya usted a saber de que.
Del techo, colgaban en ristres y
manojos guindas, tomates, ajos, cebollas, mazorcas de maíz y un sin fin de cosas que hacían que al entrar tuvieras
que ir sorteándolas para no darte con ella en la cabeza.
Nada de lo que se veía allí era de mi
abuelo, ahí de él si tomara algo, todo
estaba bien contado. Mi progenitor dormía en aquel lugar, donde él aire viciado,
con el polvo y olor que desprendía lo que había allí colgado le producía una alergia que le
hacían llorar los ojos e inflamársele al pobre hombre.
Cuesta sacar esa niña a pasear, y exponer recuerdos.
Pero es buena terapia.
ISABEL CORONADO
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home