Mi pequeña historia de Almendralejo

martes, mayo 23, 2017

                          HABÍA UNA VEZ EN TIERRA DE BARROS

AVENIDA DE AMÉRICA 1987 ALMENDRALEJO--ENTRINES---

Tal vez por que nacemos y vivimos en un mundo lleno de surcos donde los llanos se alcanza en la distancia.

Los Entrines lugar llenos de sabor a chocolate, queso  fresco, que la abuela guardaba en el arca, que estaba en la habitación chica que estaba en el diminuto espacio que hacia de comedor.
Estancia donde se acostaba mi tío Dionisio.

 Hombre seco de cuerpo y palabra, amante de los Galgos que quería, protegía y daba bien de comer, los animales le devolvía sus atenciones con buenas caza.

 Esta raza la mantuvo pura durante 70 años, una vec que murió el tío Dionisio nunca mas supimos de su colleras, que siempre tenían el mismo nombre. Recuerdo que las nombraba por Banderi.

No se preocupo de romperse el pensamiento con ponerle otro nombre, siempre recibían el mismo nombre todas las camadas.

El  arca regordeta apoyada en cuatro patas de madera curtida por los años, donde los nudos de las madera se habían vuelto oscuro y rancios, era donde mi abuela guardaba la comida, la cual tomaba una mezcla de sabores que aun están en nuestras papilas de gustativas.

Los Entrines tenia sabor a tierra seca, cuando caminabas por aquellas cuestas empinadas, llenas de bache y hoyos donde crecía la Malba.

 Hierba que la abuela usaba para curar los granos enconados.
Recuerdo haberla visto cocer esta hierba y hacer una cataplasma  que escurría y a Beli que se le había infestado una uña pasaba grandes dolores, pues todo su dedito era pus.

Veo a un con el tiempo pasado, como le garraron la mano para colocarla, aquella cataplasma, que la  hizo chillar de dolor y lamentaciones.

 Cuando la cataplasma se enfrió, fue calmándose de tan tremendo dolor, mientras mi abuela aparecía con chocolate en la mano, para consolarla de tan tremendo dolor y berrinche.

Al quitarle la cataplasma había absorbido toda la infección, un gran boquete con   una herida limpia, que la abuela con mimo curo, con una aceite que aun mantenemos, su recta  de hierbas medicinales .

Una vec curada la herida la vendo  y Beli, empezó a comer el chocolate, como sito  no hubiera ocurrido pues el dolor había desaparecido. Al otro día la herida sana  y feliz.

Los Entrines, casa blanca de puertas y ventanas de maderas secas, retorcidas que nunca fueron pintadas.

Tabiques, de ladrillos de barros, encalados con tierra blanca, que de la zarza de Alange traían, que la abuela, de-sacia, lucia farrondones y encalaba.

 Entrines tenia ese sabor a mistad cordialidad , donde un guiso era compartido con sutilezas, para no herir sensibilidades, al que necesitaba una olla de comida caliente.

Arte al ofrecer  un plato, cuando llegaban vecinas o curarse los campesinos sus torceduras, que eran sanadas por las manos diestras de aquella gran mujer --Mi abuela--La Nena--.

La casa olía a guiso y le decían--Nena que buen olor a comida-  contestación de ella --A que si-- Pues mira por donde lo vas aprobar--.

Entraba en la cocina  donde la nafre, llenas  brasas de carbón ardientes, se cocinaba, la gran olla  de verduras bien condimentadas acompañadas de patatas.

  La Nena entraba aquel gran cucharon de aluminio, con lentitud, lo sacaba colmado, lo vaciaba en un plato de porcelana blanco.

 Con paso calmado volvía donde estaba al que iba a curar y le decía--  espera que se enfrié  mientras te curo.

Una vec su paciente estaba listo  de la torcedura que ella con manos diestra sanaba.. Le ofrecía el plato que el otro saboreaba con gran gusto.


ISABEL CORONADO ZAMORA.



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