NADA COMO SOÑAR EN UN PARQUE DE ALMENDRALEJO
Era de noche cuando inicie el paseo, paso a paso estuvo delante de un parque de nueva creación de una barriada. El parque había quedado en el medio de ella, unos arboles bancos y en el medio una farola y arriba contemplando nos la luna menguante.
A mi lado mis pensamientos junto a Pablo y Adrian.
El caminar me hacia ver el lugar lleno de duendes, tan diminutos como mis suspiros, que iban surtiendo mi despiste, que me hizo tropezar y caer, junto a un ser tan diminuto que apunto estuve de aplastar.
¿Que era lo que estaba a la altura de mis ojos contemplándome? Caritas redondas, con unos enormes ojos azules, que parpadeaban sin cesar, temeroso intento huir.
Momento que al resoplar para tomar viento lo desplace hacia un arbusto donde quedo prisionero, pataleando indefenso y a mi merced.
Un perro, con grandes ladridos se aproximaba.
Cuando intente racionar tuve el tiempo de darle una voz al chucho que corrió hacia su dueño que miraba con curiosidad mi caída, obstando por tomar a su perro y alejarse.
Recompuesta y dolorida ,me fui hacia el arbusto, vi lo que flotaba colgado, enganchado por sus desgarradas ropas.
Puse la palma de mi mano sujetándolo, no racionaba, por curiosidad ayude a que se posaba sobre el dorso, me miraba, con gestos para dar miedo y bajar librándose del gigante que lo sujetaba que era yo.
Me sentí, agarrado, por seres que formando una gran torre uno sobre el otro estaban ami altura, portando especies de tenedores, que tenían intención de hacer lo que fuera por lograr que su amigo quedara fuera de un posible peligro.
Algo voló por encima de nosotros, !un enorme murciélago! su peor enemigo con el que luchaban noche tras noche. Para mi no fue difícil espantar al mamífero, que viendo que era difícil su acceso y tomar alguno de ellos como presa obsto por marchar, momento en que el primero de la torre que sujetaba los demás, del susto flaqueaba, la hilera de seres chiquitines se quebraba y caían desparramándose sobre el cesped.
Eran tantos, temerosos de que mi zapato cayera sobre ellos, se refugiaban debajo y corrían hacia un rincón del parque, donde había quedado un bosquecito de plantas.
A un sin saber porque me puse delante de ellos, le impedí que entrara entre las plantas y el mas fuerte subió por mis ropas, se puso delante de mi nariz, ordenando que los dejara en paz, pestañee, le pregunte que no quería hacer le daño.
Que de quieta, viendo como se reunían hacía un lado del parque, parte de terreno que se conservaba, parte de la campiña, cuando fluía sobre ella la vida, que era fácil para ellos.
Habían quedado en aquel bosque de platas donde, el surtidor todas las noches automáticamente, se ponía en función e inundaban sus viviendas y les hacia trabajar para asegurar sus guaridas. Viviendas que para sus seguridad, se habían convertido en subterráneas.
Continuara mañana
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