LUGARES
CALLE VILLA-FRANCA DE ALMENDRALEJO CUANDO LA ADOQUINARON
La vida en un pueblo años atrás, girando por calles encaladas, sobre siluetas de ceras infinitas donde el barbecho dejaba sus últimos rescoldos sobre calzadas agrietadas que absorbía el agua que las mujeres, desde bien temprano derramaban, para a sentar el polvo que nacía de las entrañas de una tierra destinada, engendrar vivencias, de vidas que eran levantarse, acostarte y trabajar de la salida del sol a la puesta.
Caminar cobarde mente perdiendo andares, sobre el lomo de un borrico a paso de gentes que nacían y morían, en aquellos caminos de una vida que era renacer y volver al punto de partida.
Tan bonito era el paisaje, que despistaba al labriego, dormido en su borrico por padrones que salían a su encuentro.
Se iban mezclando con las ramas de olivares que iban marcando lindes infinitas, que buscaban las cepas cobijo de liebres encamadas y de nidos de aves, que sentían la fusta del sol sobre ellos.
Hombres que el cansancio y monotonía, le hacia ver la vida con dureza, sintiendo que todo era una lucha perdida que la tierra le daba para ver ponerse y salir el sol.
Nunca vieron al volver del tajo, por los caminos que llegaban al pueblo hombres que rieran gratificante mente, por su llegada a casas donde todo se fue sin lugar ni sitio.
Asistencias, que cansaban que glotona mente, eran comidas por la lucha sin cesar por logros que fueron dejando el cariño que vino y fue sin mundo ni cera.
Eran atardeceres, cuando en sus burritos y caballerizas, entraba en el pueblo sentados de lados con maestría y dignidad, si llovía se envolvía en viejas pellizas y mantas arropados con un paraguas cuya tela estaba comida de soportar tempestades.
El barros sobre el saco, pegado en botas que iban y venían queriendo volver empezar y girar por los padrones que sonaban distintos, según estaciones.
La chicharra en verano en primavera los gorriones y golondrina, otoño el abejaruco y rayo de tierra sonaba haciendo sentir la lluvia, en invierno la escarcha sobre las ramas de los olivares.
Invierno que tenia un sonido a frió, a sentir los vientos chocar sobre la madera queriendo entrar filtrándose por rendijas que hacían mover la hoguera de la cocina, embebida la leña y con poca conversación.
Sentados sobre desvencijadas sillas de juncias donde los chinches se habían echo dueños .
Luchas sintiendo la culpa de querer volver a empezar y elegir camino vidas que aveces parecían distintas listas y sabias pero en la que sucumbían sobre un valle rico en horizontes lejanos .
ISABEL CORONADO
CALLE VILLA-FRANCA DE ALMENDRALEJO CUANDO LA ADOQUINARON
La vida en un pueblo años atrás, girando por calles encaladas, sobre siluetas de ceras infinitas donde el barbecho dejaba sus últimos rescoldos sobre calzadas agrietadas que absorbía el agua que las mujeres, desde bien temprano derramaban, para a sentar el polvo que nacía de las entrañas de una tierra destinada, engendrar vivencias, de vidas que eran levantarse, acostarte y trabajar de la salida del sol a la puesta.
Caminar cobarde mente perdiendo andares, sobre el lomo de un borrico a paso de gentes que nacían y morían, en aquellos caminos de una vida que era renacer y volver al punto de partida.
Tan bonito era el paisaje, que despistaba al labriego, dormido en su borrico por padrones que salían a su encuentro.
Se iban mezclando con las ramas de olivares que iban marcando lindes infinitas, que buscaban las cepas cobijo de liebres encamadas y de nidos de aves, que sentían la fusta del sol sobre ellos.
Hombres que el cansancio y monotonía, le hacia ver la vida con dureza, sintiendo que todo era una lucha perdida que la tierra le daba para ver ponerse y salir el sol.
Nunca vieron al volver del tajo, por los caminos que llegaban al pueblo hombres que rieran gratificante mente, por su llegada a casas donde todo se fue sin lugar ni sitio.
Asistencias, que cansaban que glotona mente, eran comidas por la lucha sin cesar por logros que fueron dejando el cariño que vino y fue sin mundo ni cera.
Eran atardeceres, cuando en sus burritos y caballerizas, entraba en el pueblo sentados de lados con maestría y dignidad, si llovía se envolvía en viejas pellizas y mantas arropados con un paraguas cuya tela estaba comida de soportar tempestades.
El barros sobre el saco, pegado en botas que iban y venían queriendo volver empezar y girar por los padrones que sonaban distintos, según estaciones.
La chicharra en verano en primavera los gorriones y golondrina, otoño el abejaruco y rayo de tierra sonaba haciendo sentir la lluvia, en invierno la escarcha sobre las ramas de los olivares.
Invierno que tenia un sonido a frió, a sentir los vientos chocar sobre la madera queriendo entrar filtrándose por rendijas que hacían mover la hoguera de la cocina, embebida la leña y con poca conversación.
Sentados sobre desvencijadas sillas de juncias donde los chinches se habían echo dueños .
Luchas sintiendo la culpa de querer volver a empezar y elegir camino vidas que aveces parecían distintas listas y sabias pero en la que sucumbían sobre un valle rico en horizontes lejanos .
ISABEL CORONADO
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