UN PENSAMIENTO DE TIERRA DE BARROS
Cando la vista se alejaba y se desplazaba por unos senderos verdes donde el camino se vuelve regazo de alegria de amores, de campos que se reflejan en los cielos, donde los prados llenos de flores engendros de tantos paso.
Flores reflejo de miradas de bellezas de vidas y sonrisas, mirando montañas lejanas, iluminadas por una luz espesa, llena de sol donde el canto de la chicharra, se vuelve conciertos de acordes envueltas por cielos inmensos, azules reflejos de ideas, de corazones donde las cosas bellas, vistas por primera ves, donde la sonrisa de la tierra ilumina la noche de los campos donde el corazón del labriego quedo escondido en los amores rebeldes.
Nunca sabre al tomar aquel terrón del camino, donde los roces de la tierra al caer por mis dedos sentí el corazón latir, al escuchar mi voz palpitar y comprender que los prados se llenaban de flores radiantes, de olor, sobre ellos solo pedían que la primera cosa que encontraras fuera el reír de la vida, debajo de las estrellas, que la mañana traería el sol cantarín sobre un corazón tan llano de matices, que comprendías el son, marcando un compás, en un baile sobre una pista abrazada por brazos fuerte que hacia la belleza sobre la vid unas sonrisas alcanzando las estrellas que reflejaban su luz.
Sobre charcos detenidos en oquedades dejadas por los paso y huellas de maquinarias que pueden perdonar el cariño, de dejar la tierra reposar.
Hoy tome aquel olivo que encontré en el camino, choque con sus hojas, que batían sobre el corazón del árbol, que lamentaba su voz, batiendo ramas sobre ellas, sin comprender el porque de la muerte del tronco, que se dejaba sentir la primera vez, que sintió la sonrisa, del que lo planto, cuando vio la primera estrella.
Se despejo la luz sobre el canto, la chicharras sobre sus ramas, llenas de amores, comprendía, que lo mejor del camino, su tierra roja, sobre un valle intenso, plagado de amores destrozados por la primera vez, que una tormenta se dejo sentir, en aquella luz del relámpago, cuando el canto del trueno dejaba rayos sobre la corteza del árbol caído sobre un camino.
ISABEL CORMNADO
Cando la vista se alejaba y se desplazaba por unos senderos verdes donde el camino se vuelve regazo de alegria de amores, de campos que se reflejan en los cielos, donde los prados llenos de flores engendros de tantos paso.
Flores reflejo de miradas de bellezas de vidas y sonrisas, mirando montañas lejanas, iluminadas por una luz espesa, llena de sol donde el canto de la chicharra, se vuelve conciertos de acordes envueltas por cielos inmensos, azules reflejos de ideas, de corazones donde las cosas bellas, vistas por primera ves, donde la sonrisa de la tierra ilumina la noche de los campos donde el corazón del labriego quedo escondido en los amores rebeldes.
Nunca sabre al tomar aquel terrón del camino, donde los roces de la tierra al caer por mis dedos sentí el corazón latir, al escuchar mi voz palpitar y comprender que los prados se llenaban de flores radiantes, de olor, sobre ellos solo pedían que la primera cosa que encontraras fuera el reír de la vida, debajo de las estrellas, que la mañana traería el sol cantarín sobre un corazón tan llano de matices, que comprendías el son, marcando un compás, en un baile sobre una pista abrazada por brazos fuerte que hacia la belleza sobre la vid unas sonrisas alcanzando las estrellas que reflejaban su luz.
Sobre charcos detenidos en oquedades dejadas por los paso y huellas de maquinarias que pueden perdonar el cariño, de dejar la tierra reposar.
Hoy tome aquel olivo que encontré en el camino, choque con sus hojas, que batían sobre el corazón del árbol, que lamentaba su voz, batiendo ramas sobre ellas, sin comprender el porque de la muerte del tronco, que se dejaba sentir la primera vez, que sintió la sonrisa, del que lo planto, cuando vio la primera estrella.
Se despejo la luz sobre el canto, la chicharras sobre sus ramas, llenas de amores, comprendía, que lo mejor del camino, su tierra roja, sobre un valle intenso, plagado de amores destrozados por la primera vez, que una tormenta se dejo sentir, en aquella luz del relámpago, cuando el canto del trueno dejaba rayos sobre la corteza del árbol caído sobre un camino.
ISABEL CORMNADO
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