Mi abuela EL ARROPE

ISABEL
CANO “LA NENA SANADORA DE HUESO) EN LA PUERTA DE SU CASA EN LOS ANTRINE
Aquel día
era diferente por qué íbamos a ir al huerto.
El huerto
era de mis abuelos y luego fue solo de
mi abuela al faltar El abuelo.
Mi abuela mujer curtida, igual que su rostro seco de frente despejada y pelo muy
estirado recogido en un moño.
Era una
persona tan franca y sincera que sus
palabras ejecutaban al ser lanzadas en la conversación.
Los hijos
hombres fuertes altos y prestos para cualquier trabajo o labranza que fueran
requeridos, estaban siempre al servicio de la madre, entre ellos cuidar el huerto.
El cual estaba a media legua del pueblo, al lado de un regacho de aguas tan cristalinas de la que se bebían.
Para hacerlo, se había echo un
surco en la tierra, por donde el agua era desplazada del arroyo, corriendo hacia una tinaja
chiquitita de barro, con dos agujeros por donde entraba el agua y por el
otro salía un chorrito de agua. Siempre
estaba llena la tinajita de color rojo.
Mis primas
eran aficionadas hacer altares con imágenes que hacían de barro, a las que
ponían flores, los labriegos al tomar agua de la fuente las premiaban con
sonrisas y gratas palabras.
Como recuerdo a mi abuela, aquella mujer sus paso pausados.
Y como hacia el arrope, cuando llegaba el otoño, era una fiesta el oficio este.
Bien temprano la casa en pie, mi tío había hecho una gran candela en el corral y puesto encima de ella un gran bidón de latón, al que se le incorporaba el mosto de uva sin fermentar, líquido que empezaba, con trozos de calabazas a cocer durante todo el día.
El líquido se iba convirtiendo en una sustancia negra y muy densa con sabor para mis recuerdos a “ regaliz”.
Que se dejaba enfriar y se envasaba en botes de cristal para tener postre todo el invierno.
Por la tarde
la abuela partia el pan llamado “telera” que era un kilo de pan, y cortaba una
buena rebanada de pan blanco con corteza morena y entraba la cuchara sopera y bien colmado la derramaba por la rebanada.
Y empezábamos a comerla, a lamernos las manos por donde chorreaba el líquido, que se había escapado de la rebanada, chupeteando y comiendo, tan rico dulce.
Todos muy juntos,
alrededor de la mesa camilla mirando la ventana toda de cristales sujetado por
un marco.
Nuestras
miradas fija mirando lo que pasaba por la calle y la lluvia correr por los
cristales, a lo lejos viendo moverse la copa de los eucalipto de la alberca Nueva, moverse, escuchando rugir su ramas agitadas por el fuerte viento que chocaba
con ellas.
Todos los
primos alrededor
ISABEL
CORONADO ZAMORA