UN DESPERTAR QUE ESTA CON NOSOTROS
LA QUE ESTA A MI LADO ES MI PRIMA MARY UNA ESTUPENDA PERSONA
Aquellos domingos de semanas interminables, en casa frías, con un brasero de picón, sobre una tarima, en una mesa camilla, con un raído tapete que daba consuelo a todos, y del que se intentaba tirando de un lado hacia el otro tapar a los frioleros sentados.
Con la badila se escarbaba cuando el frió aumentaba y la espalda se resentía, alguien decía échale una firmita o el mas brusco con la punta del zapato daba un escarbón animando las brasa.
Despidiendo un calor que pronto te hacía retirarte, al sentir las piernas que te abrasaban, produciendo en la piel de la pantorrilla quemaduras, que no cicatrizaban, durando de un año para otro, llamadas cabras, pues bien parecían rebaños las quemaduras, todas alineadas con el mismo color.
Sobre la espaldas tenias que ponerte ropa el frió entraba por las múltiples rendijas, lo peor era levantarse de aquel suave calor, para irte a la cama el frio, te lo impedía.
Cuando ya no había mas remedio de dejar la camilla por la incomodidad de la silla de asiento de juncia o madera, pues de sillones nada, te ibas a la cama y las sabanas estaban tan frías que parecían que estuvieran húmedas.
Te engurruñabas en la cama haciendo un cuatro, el frio te hacia tiritar hasta que el cuerpo iba tomando calor.
Luego ibas bajando los pies poco a poco venciendo al frio hasta que derramaba un poco de calor sobre el cuerpo, sin prisa.
Apagar la luz que estaba en un lado de la pare el interruptor al lado de la puerta, había que dar un salto felino muy rápido de la cama y apagar la la luz a la velocidad del frio que envolvía la estancia.
La noche pasaba rápida, el sueño se iba, despertabas con el sol entrando por las rendijas, el canto de los pájaros, el manso sonido a nada ha acariciándote, la bulla de sonidos mezclados cotidianos.
El lechero con su cántaro de latón y su medida de leche, con la que llamaba en la puerta haciendo salir a las vecinas.
El pielero pregonando que compraba pieles, de conejo y valla usted a saber, el carbonero con su carro tiznado, renqueante, dejando una huella de ticne por la calzada de tierra polvorienta, mientras vociferaba " el carbonero".
Eran sonidos cotidianos las primeras vecinas que salían a barrer las puertas, una tras iban haciendo corros, para parlotear, sin escucharse, unas a otras, todas querían hablar siempre de lo cotidiano.
Criticas de unas a otras, pues cuando se iba una empezaban hablar de la que se marchaba, retomando la critica la que se incorporaba, a si hasta que se cansaban de hablar todas a la ved sin escucharse.
Te preguntabas a ti misma, que pasara hoy, sera un día mas, sin ve que los sueños sin flores se marchitaba bajo el sol.
El tiempo hacia tener fantasías, buscabas la ventana que dejara entrar luz, sobre el frio que se filtraba, sentir la pereza, de dejar una cama tan calentita de colchón de lana, que costaba un trabajo de hacer.
Bullir bien la lana, llevando los vellones, tentando a trabes de la tela, de un lado, para otro, hasta
lograr que quedar esta mas o menos lisa.
La pereza te podía, y como seria empezar un nuevo día.
MIENTRAS ESTABA ESCRIBIENDO ESTE RELATO SONABA EL CONCIERTO DE ARAN-JUEZ CUANDO LO LEAS ESCUCHALO
ISABEL CORONADO ZAMORA