Mi pequeña historia de Almendralejo

domingo, enero 25, 2009

CUENTOS DE MEDIA NOCHE

CUENTOS DE MEDIA NOCHE

Patio que hubo en el Palacio de Monsalud.

Estábamos sentados en el suelo viendo como la candela ardía y sus brasas chisporroteaban, el invierno se presentaba frió y lluvioso, en el corral se oían las canales del tejado, cayendo su agua en el tarro de arcilla realizado por los alfareros de Salbatierra de los Barros.
El viento silbaba y chocaba contra la puerta de la calle y del corral, queriendo entrar dentro de la cocina de la abuela.

Los niños queríamos olvidar el miedo que sentíamos, por el ruido que hacia el viento, al abatir la chimenea, queriendo introducirse dentro de la estancia y empezamos atizar la candela con ramitas de sarmiento, pensando que al monstruo del tejado, lo podríamos asustar.Y empezaron a surgir historias y las porfías de como eran nuestros campos y hablar de un lugar llamado Villargordo que dista de Almendralejo una legua.

Los ojos de los concurrentes brillaban con el reflejo de las llamas de la candela.
Todos atentos haber de que iba la historia de aquella noche.

Contaba uno de los narradores que Villargordo fue en tiempos remotos un poblado muy importante en el imperio romano, que se suministraba de la cantera de las pizarra.

Con estas piedras construían sus casas y hacían su fortaleza y defensas más seguras.
El arroyo que pasaba junto al poblado, le abastecía de agua y le servía de protección, al hacer este barrera, evitando, posibles ataque.

Al ser asentamiento tan importante en la comarca, le hizo buscar los recursos que la zona le pudiera abastecer de hay que tuviera una mina, el camino que iba a ella conocido por el de las minitas y ha prevalecido al igual que el nombre por el que es conocido hasta nuestros días.

Las grandes oquedades dejadas por las excavaciones, estuvieron presente en la zona hasta hace unos cincuenta años, las cuales eran llenadas con el agua de lluvia y esta era utilizada por los campesinos para regar y beber.

Fue este lugar de gran notoriedad también por estar cercano a la Vía de la Plata y la Calzada Romana, pero además, tenia hoy camino entonces calzada que iba hacia la ciudad de Córdoba.

De nada faltaba en aquel lugar había un templo grandioso de grandes torres y pasadizos. Contaba mi abuelo, por donde en tiempo de asedio los pobladores huían o se refugiaban.

En su gran plaza había varias fuentes y más a bajo los manantiales era abundantes además la tierra era fértil y nada ase escaseaba.

El nombre de Villargordo, le venía, porque su jefe o comandante era muy corpulento y los lugareños dieron en llamar al lugar así y quedo para la eternidad este nombre en la zona.

Contaban que de niños ellos conocieron vestigios que habían sobrevivido a la rapiña del ser humano y presentes estaban el día que unos cazadores entraron por una especie de cueva que daba aun pasadizo de barios metros, pero les causo miedo y retrocedieron, a pesar de su curiosidad por continuar.

Pasado un tiempo, detrás de los perros por cazar una libre se encontraron otra vez delante de la cueva, temeroso pensaron que era mejor proseguir.

Época donde era frecuente en la zona haber Linces y Zorros, a los que los podencos gustaban perseguir, aunque los gatos monteses, así llamados, eran muy diestros y después de una lucha encarnizada los canes mal heridos los dejaban y volvían con sus amos lamiendo se las heridas.
Los cazadores eran muy listos, sabían seguir el rastro de los animales hasta sus madrigueras.

Por los excrementos conocían el tiempo que hacia que habían pasado por el lugar y que las liebres, por mucho que se comentaba no eran carnívoras, tal bulo era porque a estas les gusta hacer su cama, cerca de animales muertos, los cuales evita, pues sus huellas, no se ven cerca de los cadáveres de los bichos.
Eran cazadores que conocían el campo con exactitud, sus atajos, padrones , veredas y tajos par regresar a su punto de partida, se sentían orgulloso de nunca haberse perdido en el campo, que puede suceder.
Los amigos, mientras caminaban entre terrones, se había puesto de acuerdo en no bajar más aquel lugar.
Pero la curiosidad del ser humano es grande y sus cabezas no dejaban de pensar en tan enigmático lugar.

Al ir avanzando la jornada, hicieron un alto en uno de los cabezos, aprovechando unas piedras, donde depositaron las fiambreras, que sacaron de la talegas, donde tenían a demás fruta y una bota de buen vino de la Comarca de Barros, para calmar la sed y el frió de la niebla, que iba apareciendo y llenando de brumas los claros por donde los rayos del sol intentaban filtrarse.

Mientras comían, hablaban y se fijaron en la piedra que utilizaban de mesa y asiento y en sus esculpidos geométricos, que no alcanzaban comprender.

Sorprendidos, miraban la losa sin saber que pudiera ser y pensaron en la cueva cercana, por si tuvieran relación, pero el miedo a lo desconocido les hacía rechazar la idea de bajar al interior y investigar.

Comieron y se recostados en el tronco de un olivo, calentándose con la candela, que había echo y empezaron a liar un cigarro, con la picadura de tabaco que sacaron del interior de la petaca, que compartieron.
Los perros se esperanzaban, de pronto vieron como sus orejas se ponían tiesa en señal de peligro o de alerta a una posible presa.

Se incorporaron rápidos, sintiendo leves roces sobre la tierra recién roada, con surcos profundos que servían de refugio y ocultación a la posible pieza que cazar.

De pronto vieron levantarse una polvareda galopante, que se mezclaban, con la bruma, haciendo aparecer delante de ellos un animal fiero, que les miraba con ojos brillantes, en posición de ataque.
De un salto el animal se fue ala rama del olivo donde ellos estaban, los perros ladraban e intentaban enseñando sus dientes, amedrentar a lo que tenían delante.

Los amigos aterrorizados intentaron correr, pero el monstruo fue más rápido y se puso delante de ellos, los perros, animales fieles a sus amos, intentaban abatir aquella fiera, mientras sus dueños emprendía la huida.

Desaforíos, no sabían donde refugiarse y como la boca de la cueva, estaba, al paso en ella se introdujeron, mientras el miedo les hacia temblar tanto que el sonido de sus dientes retumbaba en el habitáculo oscuro.

Taparon la entrada con piedras de su interior y tientas se fueron deslizando hacia su interior.
Para ver lo que les rodeaba con unos jaramagos secos hicieron una entorcha, que encendieron con el mechero de yesca.

Los amigos pegados espaldas con espaldas, girando sobre ellos mismos, pisando con miedo sin saber lo que había debajo de sus pies, temerosos de su miedo.

La luz fabricada dejaba ver paredes llenas de raíces y forradas de piedras.
No habían avanzado apenas unos pies, cuando sintieron, como la tierra se movía, tragándolos hacia su interior, mientras rodaban por un pasadizo, divisaron claridad y al llegar al final, empezaron a reptar y como pudieron, salieron al exterior y oían un gran trueno en el interior y una polvareda.

La tierra empezó a temblar, los olivos amoverse, las piedras asaltar el agua del arroyo a crecer, la niebla aumento y ellos seguidos de sus perros, empezaron a correr, mientras veían como la tierra les perseguía en un continuo movimiento en querer atraparlos.

En su gran galopada pues no corrían volaban, fueron aparar, al lugar llamado la pizarrillas laguna llena de agua, de manantiales que brotaban de las piedras y de la lluvia.

Se detuvieron sedientos, jade osos y vieron aparecer una figura de las profundidades de las aguas.
Sus tentáculos intentaban abrazarles, quisieron corres, pero los brazos del monstruo, se deslizaban por la tierra como si fueran látigos, que restallaban e intentaban atrapar los.

La niebla no dejaba ver, intentaron recuperarse de tal sometimiento y emprendieron una loca huida, hacía las luces apenas divisibles del pueblo.
Tomando el padrón de las pizarrillas desesperad amente, sin darse cuenta, como la niebla iba desapareciendo y el monstruo no les seguía.


Pero sus caras vieron como habían cambiado en vez de ser blancos eran negros, como la noche, por más que se frotaban no recobraban su color.

En esto estaban cuando vieron aparecer a una anciana, que se tapaba con una túnica y se apoyaba en un callado, arrastraba sus pies y con dificultad se aproximo a ellos y les hizo saber, que era conocedora de sus problemas, por haber profanado un lugar improfanable.

Y para volver a su normal apariencia, debían volver al lugar que habían dejado, se miraron y se dijeron preferir ser negros para toda su vida, diciendo esto temblaban pues el miedo era tanto que estaban paralizados, en medio de una noche que se había vuelto clara, iluminada por luna llena.

La anciana les obligo regresar, cuando de pronto, sintieron, que los perros regresaban junto a ellos, su aspecto habían cambiado, tenían cuerpo de can y cabeza de Lince con ojos tan brillante que parecían linternas, aunque los animales no guardaban la fiereza del gato montes.

Los animales se revolvían sobre ellos mismos al verse extraños. Obligados emprendieron la vuelta al lugar, atravesaron el padrón redondo que dejaron y el camino Rivera, pasaron por la Vía de la Plata y los animales aullaban entre si y no querían proseguir, al mirarse entre ellos y verse echo unos gatos, a los que ellos repelían.

Llegaron al lugar y la luna estaba en lo alto del firmamento y iluminaba la campiña haciendo un circulo sus rayos en una zona señalando toda la campiña y vieron, a la anciana en el centro del lugar señalado, ¿como había llegado ha este lugar tan lejanos? se preguntaron y no sabiendo como pues el miedo no les dejaba razonar, como había logrado llegar y caminar sobre una piernas tullidas.

De pronto salto la vieja riendo y dejando ver una dentadura negra y mellada, salto como un saltimbanqui, sobre la tierra, su pelo empezó a crecer hasta el suelo como si fuera una alfombra, a la paz, que se movía y moverse, con gran furia su cuerpo, que empezó a girar sobre ella como un torbellino, perforando el terreno, introduciéndose, en las profundidades y entrañas de la tierra.

Volvieron a sentir tanto terror, que quisieron corres pero el callado de la anciana que había quedado cerca de ellos, se enderezo e impidió, la partida, indicándoles, que se pusiera en el centro del circulo, dejado, que volvió a dar vueltas vertiginosamente.

Y eran zarandeados, como si estuvieran en una batidora y fueran batidos en el interior de la tierra.
Mientras la anciana, volvía a surgir de las entrañas de la tierra, convertía en la hermosa diosa del templo profanado.

Los canes recobraron su apariencia, al igual que sus amos. El cielo se ilumino las estrellas bajaron ala tierra, los astros, se posaron sobre el terreno, tan cercas que casi se podían tocarse y penetrar en su interior.

La luna, rozaba el suelo de los sembrados, dejando les ver sus cráter, y superficie desigual, que les atrajo a su interior, alejando los de la tierra y vieron montados en ella como se separaban de la tierra, pero cuando el miedo y terror era mayor, sintieron una gran atracción gravitatoria, que los iban haciendo caer al espacio, girando en una loca bajada, en un tobogán de desenfreno que se fue apaciguando y lentamente les deposito en el patio de su casa.

Al verse en el lugar más deseado que ellos podían querer, corrieron a sus camas arropándose con mantas y deseando que todo hubiera sido un sueño.

ISABEL CORONADO

lunes, enero 12, 2009

CALLE DEL PILAR EN ALMENDRALEJO A PRINCIPIOS DEL SIGLO PASADO


Calle el Pilar de antaño donde al fondo de ella se puede divisar el antiguo Matadero ya desaparecido y su solar ocupado por un hotel.
También se divisa una arboleda que fuera el vivero lugar donde se plantaban arboles que luego eran replantados en las carreteras de la comarca y provincia.
también podemos ver la calle llena de charcos producidos por las lluvias en un tiempo cuando la calle no estaba pavimentada y era toda la calzada de tierra y en cuanto caían unas gotas toda ella era un barrizal que era empeorado por el paso de caballerizas camino del campo para hacer las labores

jueves, enero 08, 2009

CALLE DIVINOS MORALES


CALLE DIVINOS MORALES 1956

Mi abuelo Juan Zamora Gomez, Mozo de mula de los de renombre y buena persona, a caminar por el mundo de la nuevas tecnologías.  Siempre decías lo que conoceréis que  no veré.

Siempre recordare aquella calle como la mejor etapa de mi niñez, por lo cual necesitare tiempo para cortar tantas cosas que se agolpan en mi memoria.
Si cierro los ojos veo el día, en que unas primas que habían venido de la capital con maquinas de fotografiar, nos sacaron a mi abuelo y a mí a la puerta de la calle, para hacernos a los dos una foto, para ello mi madre le saco de la cómoda un traje negro con gran olor a alcanfor, también el sombrero de copa alta como eran antiguamente en esta zona. Aquel día recuerdo que me hicieron más fotos, una con mi tío Antonio muy graciosa pues me pusieron una piel de chivo cubriendo me el cuerpo, mientras se hacían las fotografías, las risas y bromas eran abundantes, aveces pienso que si pudiera meterme dentro de esta foto encontraría a tantos seres que se quedaron en el camino de la vida.
Vería a mi madre llena de juventud e ilusiones preparando la cena en aquella vieja cocina de adobe que le había construido mi padre, tan pobre era la casa que ni fogón tenía. Recuerdo que me gustaba meterme con ella al calor de la lumbre, hacia tanto frío en ella en invierno, el aire entraba por las rendijas de las tablas que hacia de puerta y por las cañas del tejado, el viento se había llevado las pocas tejas y cuando llovía, tenia que guisar con paraguas, mi madre me cogía las manos y me las metía dentro del agujero de la nafre y me decía, deja las a la entrada no las introduzcas mas adentro que te puedes quemar, pero una vez el brillo de las brasas me llamarían mas la atención que las introducid hasta dentro, sufriendo quemaduras, recuerdo la cara de espanto y miedo de mi madre por la negligencia cometida.
En la vivienda, cuando llovía las cañas del tejado y las tejas tenían tantos claros que la lluvia se colaba y caía dentro de la casa como si estuviera en la calle para no mojarnos, mientras dormíamos tenias que poner paraguas en las camas y llenar toda la casa de cacharros para que cayera el agua en ellos, esto le hacia mucha gracia a la prima de Madrid, que también pasaban penurias en la capital, pero eran menos y esto no lo veían en su destartalado, viejo y con olor a pís de gato del calle de Divino Valles en el paseo de las Delicias. Recuerdo que eran niñas muy limpias de piel blanca, bien habladas y educadas, eran cariñosas y siempre que venían al pueblo nos traían obsequios llamativos que eran admirados y sanamente envidiados por vecinos y amigitos, eran chucherías, pues ellas no se podían permitir muchos excesos, de ahí cuando se iban a la capital, mi madre y familiares le llenaban de viandas la maleta de madera forrada con tela a rallas y color caqui para que en el transbordo de un tren a otro no se rozara.

ISABEL CORONADO

martes, enero 06, 2009

LEGANES DE LOS AÑOS 1955



LEGANES DE ANTAÑO--SIGLO PASADO



LA CAMIONETA  QUE HACIA EL SERVICIO Y COMUNICABA CON MADRID

Siempre lo recordare en blanco y negro, tenia apenas tres años cuando fuy a visitar a mi tía Nica y tío Ángel, el cual era veterinario en este pueblecito cercano a Madrid.
Vivían en la plaza del Salvador nº 4, una vieja casona, como todas las del pueblo, en la misma cera existían corralas de vecinos.
Apenas tenia tres años era el otoño de 1955, mi madre me dejo ir una temporada con mis tíos, para ponerme más fuerte, cambio beneficioso para mi salud.
La criada, llamada Isabel, de piel morena, pelo y ojos negro como la noche, deseosa de servir y hacerlo bien.


PLAZA DE ESPAÑA 1952 A 1959

En aquella casa, yo era como un juguete, mi tía tenia tres hijos barones: Miguel Ángel, guapo como un artista, con novia que no era impedimento para sus conquistas, Manolo y Cesar, unos años mayor que yo, con el que me identifique en seguida, me llevaba a todos los sitios, estudiaba en Getafe.
Me gustaba ir de paquete montada en su bicicleta, por las calles, que no eran muchas, que iban a parar a la plaza del Salvador, descampado con algunos árboles centenarios que la rodeaban y una fuente en el medio, que no era más que un surtido de hierro con un grifo, donde la población iba a por agua, centro de reuniones y comentarios de mujeres y hombres.
En una de sus esquinas, estaba la panadería, regentada por una familia, que fabricaban, el pan que el pueblo consumía, era una casona enorme impregnada de harina. En su interior sentías el calocito del horno de la tahona y el olor al pan haciéndose.
En la otra esquina habías una tienda de comestibles, seguida de una carnicería, el dueño en una de sus paredes tenia colgada una cabeza de toro disecada, sintiendo al verla miedo y temiendo que el resto del animal estuviera detrás de la pared y saliera.
La leche-ría estaba contigua y al entrar en ella había un olor suave a leche recién ordeñada, que estaba en basada en grandes cantaros de latón, su contenido era vertido en medidas, segun la cantidad que cada cual precisara.

A continuación estaba el cine, Cesar todos los dias iba haber las carteleras y se quedaba extasiado, mirando los recuadros fotografiados, de la película de Bárbara Strensad, su Astrid favorita.
Estos establecimientos rodeaban el pequeño parque y único de la población, donde estaba el ayuntamiento y otro cine.
En la cera de enfrente estaba la Farmacia la única del pueblo, con una enorme caja registradora, que al entrar y sacar dinero en el cajón hacia un enorme ruido al mover la manivela para abrirlo.
Seguido estaba la parda de la Camioneta, la cuan tenia dos horarios para ir a Madrid, el de por la mañana y el de la tarde, para poder ir sentados, se hacía la reserva durante el día, que costaban 0´50 céntimos de pesetas.
La espera del coche de línea, llamado Camioneta, se hacia en una sala de espera, tétrica y en penumbras, que hacia esquina con una calleja tenebrosa y oscura, que daba miedo, pues el pueblo cuando llega la noche y parte del día era solitario, apenas iluminado, con casas que parecían sacadas de una novela de López de Vegas o calderón de la Barca.

PLAZA DE ESPAÑA 1960

La cera donde estaba la casa de mi Familia, eran edificios de corralas. La suya una casona, que daba la sensación de caerse hacia delante, con ventanas de rejas enormes.
La puerta de entrada destartalada, nunca se cerraba, con un diminuto portal y apenas un tramo de escalera, de madera, con pasa mano de hierro, al agarrarte se movía como si fuera a desplomarse, el suelo era de madera y baldosas gastadas, que daba a un descansillo y acceso a la vivienda, con una puerta, tallada con rostros de guerreros, negra, tretita y escalofriante, miedo que era acentuado al tirabas de un pulsador que hacia sonar una campanita que repicaba escandalosamente portada la vivienda.
LEGANES 1950

Segun los moradores, esta entrada en su origen, fue un pajar, después reformada como parte principal.
El suelo de la casa, en su casi totalidad era de madera, con un gran salón con chimenea de mármol, habitaciones con vestidores, y un diminuto aseo debajo de la escalera del piso superior.
Lo más siniestro era una habitación, en el suelo había una puerta muy grande, que tapaba la entrada a lo que antaño debió ser una bodega o sotano, al que se acedía por una escaleras de piedras.
Recuerdo el día que la familia acompañada de amigos curiosos, decidieron bajar y ver lo que había, logrando divisar grandes tinajas de barro en hileras a ambos lados.


Para hacer dicho descubrimiento se iluminaban con candiles de aceite, luz de carburo y velas, que al ir haciendo el recorrido empezaron apagarse, iluminándose por la luz que entraba del exterior por la puerta de entrada.
Debieron sentir tanto miedo, que atropelladamente salieron, temiendo que la pesada puerta de la cueva, se cerrara por un golpe de viento.
Nunca volvieron a bajar a su interior. La curiosidad siempre fue grande y un poquito de miedo al mirar las ventanas que rodeaban la parte baja de la casa que pensaban que fueran respiraderos de la cueva, pero nunca comprendieron porque el lugar cuando entraron no tenia luz del exterior.
En conversaciones entre ellos opinaban, que la cueva, iba dirección hacia la iglesia, cosa que nunca se pudo averiguar.


PLAZA DEL SALVADOR 1957

Aunque la casa con los años fue vendida y convertida en un bloque de viviendas.
Mis tíos por miedo sellaron aquel acceso y la habitación fue ocupada por la criada.
La cocina era de casas de labranzas, con un fogón de carbón mineral que calentaba un deposito donde siempre había agua caliente.
Radiando calocito, en ella, en un lado tenia el hueco de lo que debió ser la escalera para subir al piso superior, convertido en otra vivienda independiente.
En medio de la cocina una mesa, donde se desayunaba, mientras veía a mi tío, quitar las compuertas, que todas las noches ponía a la puerta de acceso al corral, para seguridad.
Mientras, la lavandera lavava en la pila pegada en la pared debajo de la ventana, panera que la mujer llenaba con el agua caliente del deposito pegado al fogón.
El patio, en el pasado fue corral de ganado y huerta con una separación entre ambos, donde aun perduraban árboles frutales y olmos centenarios y un pilar, bebedero de animales, agua que todas las mañas aparecía con una capa de hielo.
En la parte de abajo había un cobertizo, con una chimenea en un rincón, lugar para carros y carruajes y cuadra, con una enorme puerta de madera reseca, blanquecina, desvencijada y chirriosa que daba a la calle.
Isabel, todas las mañas la abría, para sacar la carretilla llena de restos de la porquera y la basuras diaria, desperdicios que llevaba, al huerto de sus padres, en la carretera de Fuenlabrada, donde en una humilde casita, moraban un montón de hermanos y abuelos.
Restos orgánicos que eran aprovechados de abonos para la tierra, que apenas daba para mantener a la familia, ella todos los dias hacia este oficio y aprovechaba para ver ala familia.
Años después, cansados de tanta miseria se fue a trabajar también de sirvienta con los americanos, donde en los sesenta se ganaba tres veces más, aunque se comía muy mal.
Quedando en su puesto a su hermana Esperanza, un ser bueno y cariñoso que siempre recordare.
En aquellos año blanco y negro, como hoy los veo y a mi primo Cesar, arregañadiente, llevándome a casa de la modista, que me estaba haciendo un abriguito.
La costurera, vivía en una casa de puerta estrecha y habitáculo de poco más que una habitación, con olor rancio.

HOSPITAL PSIQUIÁTRICO SANTA ISABEL 1950

Vivienda que estaba, frente el Sanatorio Psiquiátrico de Santa Isabel, entonces con escarnio se le decía, de locos y todos evitaban pasar por el lugar, sobretodo al atardecer.Hubo un día que la prueba se retraso y se hizo de noche, cosa que nos provoco miedo, él me monto en el sillín trasero y empezó a pedalear, la oscuridad reinaba en aquella calle y las ruedas al tomar las piedras, hacían eses, él se bajaba para no caernos, yo me agarraba con todas mis fuerzas a su ropa. Al pasar por la puerta del sanatorio el miedo se acentuó, al recordar las historias oídas.
El cerramiento que lo rodeaba era de altas rejas de hierros, terminada en lanzas, con una cancela de hierro que daba al patio y a la puerta de entrada, encima de ella tenía un farol que el viento movía, ruidosamente provocando sombras móviles en actitud de seguirnos, miedo que se acentuaba al oír las ramas de los árboles del camino que iba a la estación, más un apeadero, alejada del pueblo. Aquel día pasamos tanto miedo, que lo recordamos el resto de nuestras vidas, al sentir presencias alargadas, corriendo detrás de nosotros.
Cuando conseguimos llegar a casa, el sudor de nuestro cuerpo y los aogos eran tan grandes, que al contar nuestros temores provocamos risas no a nosotros que siempre temimos aquel día
Mi primo Cesar jugaba en un equipo de fútbol del Getafe, alguna vez me llevo con él y me aficiono a acompañarle y creer que siempre debía hacerlo y esto provocaba llantos y pataleos cuando no era así.
La navidad, aquel año fue la más bonita, me llevaron a Madrid, a Galerías Preciados, haber los reyes Magos, Melchor, me tomo en sus brazos, mientras me hacían fotos, me preguntaba que deseaba aquel año, le conteste -una Bicicletina-, que nunca llego, me trajeron un piano que aporraceaba constantemente, arrepintiendo se, el que me lo regalo de haberlo hecho, una camita de caperucita roja y un saltador , con el que me divertía saltando todo el día, cuando dejaba el piano.
Me encantaba acompañar a mi tío Ángel, en su ciclomotor, a visitar a sus clientes y ver como este examinaba a los animales enfermos, lo querido, respetado que era, por las personas del pueblo por su profesionalidad.
Al estar una temporada tan grande con ellos y sentir tanto cariño y calidad de vida, lograron hacer que no echara de menos a mis padres.
Mi lenguaje era más castizo y madrileño que cualquier era del lugar.
Cuando volví al pueblo con mis padres, el cambio no fue positivo y mi madre, la primer en darse cuenta y mal acierto.
Echaba de menos aquellos días, aunque aburridos, mirando detrás de los cristales de la ventan, esperando a mi primo y viendo a las gentes llenar la vasijas en la fuente.
La risa de Isabel y buen humor, los desayunos en la cocina, sentada en la silla con mis pies que no llegaban al suelo, apoyando los codos sobre la mesa, el olor de la mantequilla, esparcida sobre la rebanada de pan blanco, endulzada con un poco de azúcar, el sabor de la leche con la nata espesa que tanto me gustaba.
El olor de la casa de mi tía Nica, que a sopa de cocido con mucha sustancia, mezclado con el del carbón mineral y las astillas de maderas, para encenderlo, que desprendía olor a resina de pino.
El calor cuando me acostaba con ella, las pocas voces, castigos y bofetadas que en aquella casa había.
Los paseos con la criada por delante de los cuarteles de los soldados, donde su novio hacia la mili e iba a ver y pasar un ratito con él.
La carretera que tomaba la camioneta par ir a Madrid, estrecha alineada de árboles centenarios que iba, a los Carabancheles, donde las hermanas de mi tío, vivian, al lado de las Cocheras donde eran guardados los tranvías de Madrid.
Al volver con mis padres, la casa estaba llena de vecinos para verme y oírme hablar, les parecía muy divertido, les llamo la atención un gorrito de lana que mi tía me había echo, les provocaba risas que no comprendía, logrando hacer que nunca más me lo pusiera, pues lo que era tan normal donde había estado donde volvía, con mis pocos años no tarde en darme cuenta que los perjuicios, el que dirán de las gentes era una moneda muy valiosa, para convivir con la hipocresía, envidias y tantas cosas que a lo largo de cualquier ser humano provocan inseguridad que solo vencen los años.
Quizas el niño que lebamos dentro se quedo en este punto de mi vida en cerrado en un rinconcito de mi ser o tal vez fue despuues en la calle divinos Morales. Esta historia la contare otro día.
lunes, diciembre 15, 2008
ISABEL CORONADO