Mi pequeña historia de Almendralejo

martes, diciembre 01, 2020

 

                                 Mi abuela   EL ARROPE

                                                     

ISABEL CANO “LA NENA SANADORA DE HUESO) EN LA PUERTA DE SU CASA EN LOS ANTRINE

Aquel día era diferente por qué íbamos a ir al huerto.

El huerto era de mis abuelos  y luego fue solo de mi abuela al faltar El abuelo.

Mi abuela mujer curtida, igual que su rostro seco de frente despejada y pelo muy estirado recogido en un moño.

Era una persona tan franca y  sincera que sus palabras ejecutaban al ser lanzadas en la conversación.

Los hijos hombres fuertes altos y prestos para cualquier trabajo o labranza que fueran requeridos, estaban siempre al servicio de la madre,  entre ellos cuidar el huerto.

El cual estaba a media legua del pueblo, al lado de un regacho de aguas tan cristalinas de la que se bebían.

 Para hacerlo, se había echo un surco en la tierra, por donde el agua era desplazada del arroyo, corriendo hacia  una tinaja  chiquitita de barro, con dos agujeros por donde entraba el agua y por el otro salía un chorrito  de agua. Siempre estaba llena  la tinajita de color rojo.

Mis primas eran aficionadas hacer altares con imágenes que hacían de barro, a las que ponían flores, los labriegos al tomar agua de la fuente las premiaban con sonrisas y gratas palabras.

Como recuerdo a mi abuela, aquella mujer sus paso pausados.

Y como hacia  el arrope, cuando llegaba el otoño, era una fiesta el oficio este.

Bien temprano la casa en pie, mi tío había hecho una gran candela en el corral y puesto encima de ella un gran bidón de latón, al que se le incorporaba  el mosto de uva sin fermentar,  líquido que empezaba, con trozos de calabazas a cocer durante todo el día.

 El líquido se iba convirtiendo en una sustancia negra y muy densa con sabor para mis recuerdos a “ regaliz”.

Que se dejaba enfriar y se envasaba en botes de cristal para tener postre todo el invierno.

Por la tarde la abuela partia el pan llamado “telera” que era un kilo de pan, y cortaba una buena rebanada de pan blanco con corteza morena y  entraba la cuchara sopera y bien colmado la derramaba por la rebanada.

Y empezábamos a comerla, a lamernos las manos por donde chorreaba el líquido, que se había escapado de la rebanada, chupeteando y comiendo, tan rico dulce.

 Todos muy juntos, alrededor de la mesa camilla mirando la ventana toda de cristales sujetado por un marco.

Nuestras miradas fija mirando lo que pasaba por la calle y la lluvia correr por los cristales, a lo lejos viendo moverse la copa de los eucalipto de la alberca Nueva, moverse, escuchando rugir su ramas agitadas  por el fuerte viento que chocaba con ellas.

Todos los primos alrededor

ISABEL CORONADO ZAMORA